Las palabras son anclas clavadas en el suelo, pájaros mutilados que tienen un viajero corazón de nube; pero así como el nardo tiene llena por dentro su vida de una oculta claridad madrugada, así las demás cosas también puede que tengan sus vidas de una misma manera amanecidas.
No es posible una carne sin sueños ni palabras, sin angustia de voces, sin corazón de lumbre ni párpados de llanto.
Todo tiene, sin dudas, que tener otra vida por dentro de la cual -y estremecida toda- debe haber algún cielo herido de canciones.
Es lógico pensar que a espaldas de la luz clara de las estrellas ningún hombre ha podido vislumbrar su camino en la noche profunda, y es que olvidamos siempre -inexplicablemente- que la piedra es la infancia remota del silencio, y que el agua no es más que el discurrir del tiempo.
Únicamente vemos lo externo de las cosas; jamás nos incluimos para escuchar la simple verdad que se nos muestra desnuda desde el suelo.
Si la rosa miramos, no vemos que la rosa es solamente un trino de pétalos clavados sobre la vertical resignación de un tallo.
Nuestra visión se queda tan sólo en los colores, sin ver jamás el verde color de las pisadas del viento que retoza desnudo entre las hojas.
Esta canción estaba tirada por el suelo, como una hoja muerta, sin palabras; la hallaron unos hombres que luego me la dieron porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.
Me imagino tu mundo por dentro como un amplio coro de incomprensibles voces de terciopelo, flotando entre una selva de árboles humanos, tras un dolor desnudo venido de muy lejos.
Las palabras son anclas clavadas en el suelo, pájaros mutilados que tienen un viajero corazón de nube; pero así como el nardo tiene llena por dentro su vida de una oculta claridad madrugada, así las demás cosas