La extranjera, de Gabriela Mistral | Poema

    Poema en español
    La extranjera

    A Francis de Miomandre 
     
    Habla con dejo de sus mares bárbaros, 
    con no sé qué algas y no sé qué arenas; 
    reza oración a dios sin bulto y peso, 
    envejecida como si muriera. 

    En huerto nuestro que nos hizo extraño, 
    ha puesto cactus y zarpadas hierbas. 
    Alienta del resuello del desierto 
    y ha amado con pasión de que blanquea, 
    que nunca cuenta y que si nos contase 
    sería como el mapa de otra estrella. 

    Vivirá entre nosotros ochenta años, 
    pero siempre será como si llega, 
    hablando lengua que jadea y gime 
    y que le entienden sólo bestezuelas. 

    Y va a morirse en medio de nosotros, 
    en una noche en la que más padezca, 
    con sólo su destino por almohada, 
    de una muerte callada y extranjera 

    Somos nosotros su jadeado pecho, 
    su palidez exangüe, el loco grito 
    tirado hacia el poniente y el levante 
    la roja calentura de sus venas, 
    el olvido del Dios de sus infancias.

    Gabriela Mistral nació en Vicuña, Chile, en 1889, y murió en Nueva York en 1957. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1945 y el Premio Nacional de Literatura en 1951. Publicó los poemarios Desolación (1922), Ternura (1924), Tala (1938) y Lagar (1954). Póstumamente aparecieron Poema de Chile (1967) y Almácigo (2016), entre otros. Fue también una ensayista y cronista cuya importancia es reivindicada cada vez más. En esa línea, Lumen ha publicado Niña errante (2010), su correspondencia con Doris Dana, y Caminando se siembra. Prosas inéditas (2013).

    • Madrecita mía, 
      madrecita tierna, 
      déjame decirte 
      dulzuras extremas. 
      Es tuyo mi cuerpo 
      que juntaste en ramo; 
      deja revolverlo 
      sobre tu regazo. 
      Juega tú a ser hoja 
      y yo a ser rocío: 
      y en tus brazos locos 
      tenme suspendido. 

    • Hay países que yo recuerdo 
      como recuerdo mis infancias. 
      Son países de mar o río, 
      de pastales, de vegas y aguas. 
      Aldea mía sobre el Ródano, 
      rendida en río y en cigarras; 
      Antilla en palmas verdi-negras 
      que a medio mar está y me llama; 

    • Padre Nuestro, que estás en los cielos, 
      ¡por qué te has olvidado de mí! 
      Te acordaste del fruto en febrero, 
      al llagarse su pulpa rubí. 
      ¡Llevo abierto también mi costado, 
      y no quieres mirar hacia mí! 

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