Personas: TIRRENO, ALCINO
1.
Aquella voluntad honesta y pura, 
ilustre y hermosísima María, 
que’n mí de celebrar tu hermosura, 
tu ingenio y tu valor estar solía, 
a despecho y pesar de la ventura 
que por otro camino me desvía, 
está y estará tanto en mí clavada 
cuanto del cuerpo el alma acompañada. 
2.
Y aun no se me figura que me toca 
aqueste oficio solamente en vida, 
mas con la lengua muerta y fria en la boca 
pienso mover la voz a ti debida; 
libre mi alma de su estrecha roca, 
por el Estigio lago conducida, 
celebrándo t’irá, y aquel sonido 
hará parar las aguas del olvido. 
3.
Mas la fortuna, de mi mal no harta, 
me aflige y d’un trabajo en otro lleva; 
ya de la patria, ya del bien me aparta, 
ya mi paciencia en mil maneras prueba, 
y lo que siento más es que la carta 
donde mi pluma en tu alabanza mueva 
poniendo en su lugar cuidados vanos, 
me quita y m’arrebata de las manos. 
4.
Pero, por más que en mí su fuerza pruebe, 
no tornará mi corazón mudable; 
nunca dirán jamás que me remueve 
fortuna d’un estudio tan loable; 
Apolo y las hermanas todas nueve, 
me darán ocio y lengua con que hable 
lo menos de lo que’n tu ser cupiere, 
qu’esto será lo más que yo pudiere. 
5.
En tanto, no te ofenda ni te harte 
tratar del campo y soledad que amaste, 
ni desdenes aquesta inculta parte 
de mi estilo, qu’en algo ya estimaste; 
entre las armas del sangriento Marte, 
do apenas hay quien su furor contraste, 
hurté de tiempo aquesta breve suma, 
tomando ora la espada, ora la pluma. 
6.
Aplica, pues, un rato los sentidos 
al bajo son de mi zampoña ruda, 
indigna de llegar a tus oídos, 
pues d’ornamento y gracia va desnuda; 
mas a las veces son mejor oídos 
el puro ingenio y lengua casi muda, 
testigos limpios d’ánimo inocente, 
que la curiosidad del elocuente. 
7.
Por aquesta razón de ti escuchado, 
aunque me falten otras, ser merezco; 
Lo que puedo te doy, y lo que he dado, 
con recebillo tú, yo m’enriquezco. 
De cuatro ninfas que del Tajo amado 
salieron juntas, a cantar me ofrezco: 
Filódoce, Dinámene y Climene, 
Nise, que en hermosura par no tiene 
8.
Cerca del Tajo, en soledad amena, 
de verdes sauces hay una espesura, 
toda de hiedra revestida y llena 
que por el tronco va hasta el altura 
y así la teje arriba y encadena 
que’l sol no halla paso a la verdura; 
el agua baña el prado con sonido, 
alegrando la hierba y el oído. 
9.
Con tanta mansedumbre el cristalino 
Tajo en aquella parte caminaba 
que pudieran los ojos el camino 
determinar apenas que llevaba. 
Peinando sus cabellos d’oro fino, 
una ninfa del agua do moraba 
la cabeza sacó, y el prado ameno 
vido de flores y de sombra lleno. 
10.
Movióla el sitio umbroso, el manso viento, 
el suave olor d’aquel florido suelo; 
las aves en el fresco apartamiento 
vio descansar del trabajoso vuelo; 
secaba entonces el terreno aliento 
el sol, subido en la mitad del cielo; 
en el silencio solo se ’scuchaba 
un susurro de abejas que sonaba. 
11.
Habiendo contemplado una gran pieza 
atentamente aquel lugar sombrío, 
somorgujó de nuevo su cabeza 
y al fondo se dejó calar del río; 
a sus hermanas a contar empieza 
del verde sitio el agradable frío, 
y que vayan, les ruega y amonesta, 
allí con su labor a estar la siesta. 
12.
No perdió en esto mucho tiempo el ruego, 
que las tres d’ellas su labor tomaron 
y en mirando defuera, vieron luego 
el prado, hacia el cual enderezaron; 
el agua clara con lascivo juego 
nadando dividieron y cortaron, 
hasta que’l blanco pie tocó mojado, 
saliendo del arena, el verde prado. 
13.
Poniendo ya en lo enjuto las pisadas, 
escurriendo del agua sus cabellos, 
los cuales esparciendo cubijadas 
las hermosas espaldas fueron dellos, 
luego sacando telas delicadas 
que’n delgadeza competian con ellos, 
en lo más escondido se metieron 
y a su labor atentas se pusieron. 
14.
Las telas eran hechas y tejidas 
del oro que’l felice Tajo envía, 
apurado después de bien cernidas 
las menudas arenas do se cría, 
y de las verdes ovas, reducidas 
en estambre sotil, cual convenía 
para seguir el delicado estilo 
del oro ya tirado en rico hilo. 
15.
La delicada estambre era distinta 
de las colores que antes le habian dado 
con la fineza de la varia tinta 
que se halla en las conchas del pescado; 
tanto arteficio muestra en lo que pinta 
y teje cada ninfa en su labrado 
cuanto mostraron en sus tablas antes 
el celebrado Apeles y Timantes. 
16.
Filódoce, que así d’aquéllas era 
llamada la mayor, con diestra mano 
tenía figurada la ribera 
de Estrimón, de una parte el verde llano 
y d’otra el monte d’aspereza fiera, 
pisado tarde o nunca de pie humano, 
donde el amor movió con tanta gracia 
la dolorosa lengua del de Tracia. 
17.
Estaba figurada la hermosa 
Eurídice, en el blanco pie mordida 
de la pequeña sierpe ponzoñosa, 
entre la hierba y flores escondida; 
descolorida estaba como rosa 
que ha sido fuera de sazón cogida, 
y el ánima, los ojos ya volviendo, 
de su hermosa carne despidiendo. 
18.
Figurado se vía estensamente 
el osado marido, que bajaba 
al triste reino de la escura gente 
y la mujer perdida recobraba; 
y cómo, después desto, él impaciente 
por mirarla de nuevo, la tornaba 
a perder otra vez, y del tirano 
se queja al monte solitario en vano. 
19.
Dinámene no menos artificio 
mostraba en la labor que habia tejido, 
pintando a Apolo en el robusto oficio 
de la silvestre caza embebecido. 
Mudar presto le hace el ejercicio 
la vengativa mano de Cupido, 
que hizo a Apolo consumirse en lloro 
después que le enclavó con punta d’oro. 
20.
Dafne, con el cabello suelto al viento, 
sin perdonar al blanco pie corría 
por áspero camino tan sin tiento 
que Apolo en la pintura parecía 
que, porqu’ella templase el movimiento, 
con menos ligereza la seguía; 
él va siguiendo, y ella huye como 
quien siente al pecho el odïoso plomo. 
21.
Mas a la fin los brazos le crecían 
y en sendos ramos vueltos se mostraban; 
y los cabellos, que vencer solían 
al oro fino, en hojas se tornaban; 
en torcidas raíces s’estendían 
los blancos pies y en tierra se hincaban; 
llora el amante y busca el ser primero, 
besando y abrazando aquel madero. 
22.
Climene, llena de destreza y maña, 
el oro y las colores matizando, 
iba de hayas una gran montaña, 
de robles y de penas varïando; 
un puerco entre ellas, de braveza extraña, 
estaba los colmillos aguzando 
contra un mozo no menos animoso, 
con su venablo en mano, que hermoso. 
23.
Tras esto, el puerco allí se via herido 
d’aquel mancebo, por su mal valiente, 
y el mozo en tierra estaba ya tendido, 
abierto el pecho del rabioso diente, 
con el cabello d’oro desparcido 
barriendo el suelo miserablemente; 
las rosas blancas por allí sembradas 
tornaban con su sangre coloradas. 
24.
Adonis éste se mostraba qu’era, 
según se muestra Venus dolorida, 
que viendo la herida abierta y fiera, 
sobr’él estaba casi amortecida; 
boca con boca coge la postrera 
parte del aire que solia dar vida 
al cuerpo por quien ella en este suelo 
aborrecido tuvo al alto cielo. 
25.
La blanca Nise no tomó a destajo 
de los pasados casos la memoria, 
y en la labor de su sotil trabajo 
no quiso entretejer antigua historia; 
antes, mostrando de su claro Tajo 
en su labor la celebrada gloria, 
la figuró en la parte dond’ él baña 
la más felice tierra de la España. 
26.
Pintado el caudaloso rio se vía, 
que en áspera estrecheza reducido, 
un monte casi alrededor ceñía, 
con ímpetu corriendo y con rüido 
querer cercarlo todo parecía 
en su volver, mas era afán perdido; 
dejábase correr en fin derecho, 
contento de lo mucho que habia hecho. 
27.
Estaba puesta en la sublime cumbre 
del monte, y desde allí por él sembrada, 
aquella ilustre y clara pesadumbre 
d’antiguos edificios adornada. 
D’allí con agradable mansedumbre 
el Tajo va siguiendo su jornada 
y regando los campos y arboledas 
con artificio de las altas ruedas. 
28.
En la hermosa tela se veían, 
entretejidas, las silvestres diosas 
salir de la espesura, y que venían 
todas a la ribera presurosas, 
en el semblante tristes, y traían 
cestillos blancos de purpúreas rosas, 
las cuales esparciendo derramaban 
sobre una ninfa muerta que lloraban. 
29.
Todas, con el cabello desparcido, 
lloraban una ninfa delicada 
cuya vida mostraba que habia sido 
antes de tiempo y casi en flor cortada; 
cerca del agua, en un lugar florido, 
estaba entre las hierbas degollada 
cual queda el blanco cisne cuando pierde 
la dulce vida entre la hierba verde. 
30.
Una d’aquellas diosas qu’en belleza 
al parecer a todas ecedía, 
mostrando en el semblante la tristeza 
que del funesto y triste caso había, 
apartada algún tanto, en la corteza 
de un álamo unas letras escribía 
como epitafio de la ninfa bella, 
que hablaban ansí por parte della: 
31.
«Elisa soy, en cuyo nombre suena 
y se lamenta el monte cavernoso, 
testigo del dolor y grave pena 
en que por mí se aflige Nemoroso 
y llama ‘¡Elisa!’; ‘¡Elisa!’ a boca llena 
responde el Tajo, y lleva presuroso 
al mar de Lusitania el nombre mío, 
donde será escuchado, yo lo fío». 
32.
En fin, en esta tela artificiosa 
toda la historia estaba figurada 
que en aquella ribera deleitosa 
de Nemoroso fue tan celebrada, 
porque de todo aquesto y cada cosa 
estaba Nise ya tan informada 
que, llorando el pastor, mil veces ella 
se enterneció escuchando su querella; 
33.
y porque aqueste lamentable cuento, 
no sólo entre las selvas se contase, 
mas dentro de las ondas sentimiento 
con la noticia desto se mostrase, 
quiso que de su tela el argumento 
la bella ninfa muerta señalase 
y ansí se publicase de uno en uno 
por el húmido reino de Neptuno. 
34.
Destas historias tales varïadas 
eran las telas de las cuatro hermanas, 
las cuales con colores matizadas, 
claras las luces, de las sombras vanas 
mostraban a los ojos relevadas 
las cosas y figuras que eran llanas, 
tanto que al parecer el cuerpo vano 
pudiera ser tomado con la mano. 
35.
Los rayos ya del sol se trastornaban, 
escondiendo su luz al mundo cara 
tras altos montes, y a la luna daban 
lugar para mostrar su blanca cara; 
los peces a menudo ya saltaban, 
con la cola azotando el agua clara, 
cuando las ninfas, la labor dejando, 
hacia el agua se fueron paseando. 
36.
En las templadas ondas ya metidos 
tenian los pies, y reclinar querían 
los blancos cuerpos cuando sus oídos 
fueron de dos zampoñas que tañían 
suave y dulcemente detenidos, 
tanto que sin mudarse las oían 
y al son de las zampoñas escuchaban 
dos pastores a veces que cantaban. 
37.
Más claro cada vez el son se oía 
de dos pastores que venian cantando 
tras el ganado, que también venía 
por aquel verde soto caminando 
y a la majada, ya pasado el día,. 
recogido le llevan, alegrando 
las verdes selvas con el son süave, 
haciendo su trabajo menos grave. 
38.
Tirreno destos dos el uno era, 
Alcino el otro, entrambos estimados 
y sobre cuantos pacen la ribera 
del Tajo con sus vacas enseñados; 
mancebos de una edad, d’una manera 
a cantar juntamente aparejados 
y a responder, aquesto van diciendo, 
cantando el uno, el otro respondiendo: 
39.
TIRRENO
Flérida, para mí dulce y sabrosa 
más que la fruta del cercado ajeno, 
más blanca que la leche y más hermosa 
qu’el prado por abril de flores lleno: 
si tú respondes pura y amorosa 
al verdadero amor de tu Tirreno, 
a mi majada arribarás primero 
qu’el cielo nos amuestre su lucero. 
40.
ALCINO
Hermosa Filis, siempre yo te sea 
amargo al gusto más que la retama, 
y de ti despojado yo me vea 
cual queda el tronco de su verde rama, 
si más que yo el murciélago desea 
la escuridad, ni más la luz desama, 
por ver ya el fin de un término tamaño, 
deste dia para mí mayor que un año. 
41.
TIRRENO
Cual suele, acompañada de su bando, 
aparecer la dulce primavera, 
cuando Favonio y Céfiro, soplando, 
al campo tornan su beldad primera, 
y van artificiosos esmaltando 
de rojo, azul y blanco la ribera: 
en tal manera, a mí Flérida mía 
viniendo, reverdece mi alegría. 
42.
ALCINO
¿Ves el furor del animoso viento 
embravecido en la fragosa sierra 
que los antigos robles ciento a ciento 
y los pinos altísimos atierra, 
y de tanto destrozo aun no contento, 
al espantoso mar mueve la guerra? 
Pequeña es esta furia comparada 
a la de Filis con Alcino airada. 
43.
TIRRENO
El blanco trigo multiplica y crece; 
produce el campo en abundancia tierno 
pasto al ganado; el verde monte ofrece 
a las fieras salvajes su gobierno; 
adoquiera que miro, me parece 
que derrama la copia todo el cuerno: 
mas todo se convertirá en abrojos 
si dello aparta Flérida sus ojos. 
44.
ALCINO
De la esterilidad es oprimido 
el monte, el campo, el soto y el ganado; 
la malicia del aire corrompido 
hace morir la hierba mal su grado; 
las aves ven su descubierto nido, 
que ya de verdes hojas fue cercado: 
pero si Filis por aquí tornare, 
hará reverdecer cuanto mirare. 
45.
TIRRENO
El álamo de Alcides escogido 
fue siempre, y el laurel del rojo Apolo; 
de la hermosa Venus fue tenido 
en precio y en estima el mirto solo; 
el verde sauz de Flérida es querido 
y por suyo entre todos escogiólo: 
doquiera que sauces de hoy más se hallen, 
el álamo, el laurel y el mirto callen. 
46.
ALCINO
El fresno por la selva en hermosura 
sabemos ya que sobre todos vaya; 
y en aspereza y monte d’espesura 
se aventaja la verde y alta haya; 
mas el que la beldad de tu figura 
dondequiera mirado, Filis, haya, 
al fresno y a la haya en su aspereza 
confesará que vence tu belleza. 
47.
Esto cantó Tirreno, y esto Alcino 
le respondió, y habiendo ya acabado 
el dulce son, siguieron su camino 
con paso un poco más apresurado; 
siendo a las ninfas ya el rumor vecino, 
juntas s’arrojan por el agua a nado, 
y de la blanca espuma que movieron 
las cristalinas ondas se cubrieron.