Égloga III, de Garcilaso de la Vega | Poema

    Poema en español
    Égloga III

    Personas: TIRRENO, ALCINO 

    1. 

    Aquella voluntad honesta y pura, 
    ilustre y hermosísima María, 
    que’n mí de celebrar tu hermosura, 
    tu ingenio y tu valor estar solía, 
    a despecho y pesar de la ventura 
    que por otro camino me desvía, 
    está y estará tanto en mí clavada 
    cuanto del cuerpo el alma acompañada. 

    2. 

    Y aun no se me figura que me toca 
    aqueste oficio solamente en vida, 
    mas con la lengua muerta y fria en la boca 
    pienso mover la voz a ti debida; 
    libre mi alma de su estrecha roca, 
    por el Estigio lago conducida, 
    celebrándo t’irá, y aquel sonido 
    hará parar las aguas del olvido. 

    3. 

    Mas la fortuna, de mi mal no harta, 
    me aflige y d’un trabajo en otro lleva; 
    ya de la patria, ya del bien me aparta, 
    ya mi paciencia en mil maneras prueba, 
    y lo que siento más es que la carta 
    donde mi pluma en tu alabanza mueva 
    poniendo en su lugar cuidados vanos, 
    me quita y m’arrebata de las manos. 

    4. 

    Pero, por más que en mí su fuerza pruebe, 
    no tornará mi corazón mudable; 
    nunca dirán jamás que me remueve 
    fortuna d’un estudio tan loable; 
    Apolo y las hermanas todas nueve, 
    me darán ocio y lengua con que hable 
    lo menos de lo que’n tu ser cupiere, 
    qu’esto será lo más que yo pudiere. 

    5. 

    En tanto, no te ofenda ni te harte 
    tratar del campo y soledad que amaste, 
    ni desdenes aquesta inculta parte 
    de mi estilo, qu’en algo ya estimaste; 
    entre las armas del sangriento Marte, 
    do apenas hay quien su furor contraste, 
    hurté de tiempo aquesta breve suma, 
    tomando ora la espada, ora la pluma. 

    6. 

    Aplica, pues, un rato los sentidos 
    al bajo son de mi zampoña ruda, 
    indigna de llegar a tus oídos, 
    pues d’ornamento y gracia va desnuda; 
    mas a las veces son mejor oídos 
    el puro ingenio y lengua casi muda, 
    testigos limpios d’ánimo inocente, 
    que la curiosidad del elocuente. 

    7. 

    Por aquesta razón de ti escuchado, 
    aunque me falten otras, ser merezco; 
    Lo que puedo te doy, y lo que he dado, 
    con recebillo tú, yo m’enriquezco. 
    De cuatro ninfas que del Tajo amado 
    salieron juntas, a cantar me ofrezco: 
    Filódoce, Dinámene y Climene, 
    Nise, que en hermosura par no tiene 

    8. 

    Cerca del Tajo, en soledad amena, 
    de verdes sauces hay una espesura, 
    toda de hiedra revestida y llena 
    que por el tronco va hasta el altura 
    y así la teje arriba y encadena 
    que’l sol no halla paso a la verdura; 
    el agua baña el prado con sonido, 
    alegrando la hierba y el oído. 

    9. 

    Con tanta mansedumbre el cristalino 
    Tajo en aquella parte caminaba 
    que pudieran los ojos el camino 
    determinar apenas que llevaba. 
    Peinando sus cabellos d’oro fino, 
    una ninfa del agua do moraba 
    la cabeza sacó, y el prado ameno 
    vido de flores y de sombra lleno. 

    10. 

    Movióla el sitio umbroso, el manso viento, 
    el suave olor d’aquel florido suelo; 
    las aves en el fresco apartamiento 
    vio descansar del trabajoso vuelo; 
    secaba entonces el terreno aliento 
    el sol, subido en la mitad del cielo; 
    en el silencio solo se ’scuchaba 
    un susurro de abejas que sonaba. 

    11. 

    Habiendo contemplado una gran pieza 
    atentamente aquel lugar sombrío, 
    somorgujó de nuevo su cabeza 
    y al fondo se dejó calar del río; 
    a sus hermanas a contar empieza 
    del verde sitio el agradable frío, 
    y que vayan, les ruega y amonesta, 
    allí con su labor a estar la siesta. 

    12. 

    No perdió en esto mucho tiempo el ruego, 
    que las tres d’ellas su labor tomaron 
    y en mirando defuera, vieron luego 
    el prado, hacia el cual enderezaron; 
    el agua clara con lascivo juego 
    nadando dividieron y cortaron, 
    hasta que’l blanco pie tocó mojado, 
    saliendo del arena, el verde prado. 

    13. 

    Poniendo ya en lo enjuto las pisadas, 
    escurriendo del agua sus cabellos, 
    los cuales esparciendo cubijadas 
    las hermosas espaldas fueron dellos, 
    luego sacando telas delicadas 
    que’n delgadeza competian con ellos, 
    en lo más escondido se metieron 
    y a su labor atentas se pusieron. 

    14. 

    Las telas eran hechas y tejidas 
    del oro que’l felice Tajo envía, 
    apurado después de bien cernidas 
    las menudas arenas do se cría, 
    y de las verdes ovas, reducidas 
    en estambre sotil, cual convenía 
    para seguir el delicado estilo 
    del oro ya tirado en rico hilo. 

    15. 

    La delicada estambre era distinta 
    de las colores que antes le habian dado 
    con la fineza de la varia tinta 
    que se halla en las conchas del pescado; 
    tanto arteficio muestra en lo que pinta 
    y teje cada ninfa en su labrado 
    cuanto mostraron en sus tablas antes 
    el celebrado Apeles y Timantes. 

    16. 

    Filódoce, que así d’aquéllas era 
    llamada la mayor, con diestra mano 
    tenía figurada la ribera 
    de Estrimón, de una parte el verde llano 
    y d’otra el monte d’aspereza fiera, 
    pisado tarde o nunca de pie humano, 
    donde el amor movió con tanta gracia 
    la dolorosa lengua del de Tracia. 

    17. 

    Estaba figurada la hermosa 
    Eurídice, en el blanco pie mordida 
    de la pequeña sierpe ponzoñosa, 
    entre la hierba y flores escondida; 
    descolorida estaba como rosa 
    que ha sido fuera de sazón cogida, 
    y el ánima, los ojos ya volviendo, 
    de su hermosa carne despidiendo. 

    18. 

    Figurado se vía estensamente 
    el osado marido, que bajaba 
    al triste reino de la escura gente 
    y la mujer perdida recobraba; 
    y cómo, después desto, él impaciente 
    por mirarla de nuevo, la tornaba 
    a perder otra vez, y del tirano 
    se queja al monte solitario en vano. 

    19. 

    Dinámene no menos artificio 
    mostraba en la labor que habia tejido, 
    pintando a Apolo en el robusto oficio 
    de la silvestre caza embebecido. 
    Mudar presto le hace el ejercicio 
    la vengativa mano de Cupido, 
    que hizo a Apolo consumirse en lloro 
    después que le enclavó con punta d’oro. 

    20. 

    Dafne, con el cabello suelto al viento, 
    sin perdonar al blanco pie corría 
    por áspero camino tan sin tiento 
    que Apolo en la pintura parecía 
    que, porqu’ella templase el movimiento, 
    con menos ligereza la seguía; 
    él va siguiendo, y ella huye como 
    quien siente al pecho el odïoso plomo. 

    21. 

    Mas a la fin los brazos le crecían 
    y en sendos ramos vueltos se mostraban; 
    y los cabellos, que vencer solían 
    al oro fino, en hojas se tornaban; 
    en torcidas raíces s’estendían 
    los blancos pies y en tierra se hincaban; 
    llora el amante y busca el ser primero, 
    besando y abrazando aquel madero. 

    22. 

    Climene, llena de destreza y maña, 
    el oro y las colores matizando, 
    iba de hayas una gran montaña, 
    de robles y de penas varïando; 
    un puerco entre ellas, de braveza extraña, 
    estaba los colmillos aguzando 
    contra un mozo no menos animoso, 
    con su venablo en mano, que hermoso. 

    23. 

    Tras esto, el puerco allí se via herido 
    d’aquel mancebo, por su mal valiente, 
    y el mozo en tierra estaba ya tendido, 
    abierto el pecho del rabioso diente, 
    con el cabello d’oro desparcido 
    barriendo el suelo miserablemente; 
    las rosas blancas por allí sembradas 
    tornaban con su sangre coloradas. 

    24. 

    Adonis éste se mostraba qu’era, 
    según se muestra Venus dolorida, 
    que viendo la herida abierta y fiera, 
    sobr’él estaba casi amortecida; 
    boca con boca coge la postrera 
    parte del aire que solia dar vida 
    al cuerpo por quien ella en este suelo 
    aborrecido tuvo al alto cielo. 

    25. 

    La blanca Nise no tomó a destajo 
    de los pasados casos la memoria, 
    y en la labor de su sotil trabajo 
    no quiso entretejer antigua historia; 
    antes, mostrando de su claro Tajo 
    en su labor la celebrada gloria, 
    la figuró en la parte dond’ él baña 
    la más felice tierra de la España. 

    26. 

    Pintado el caudaloso rio se vía, 
    que en áspera estrecheza reducido, 
    un monte casi alrededor ceñía, 
    con ímpetu corriendo y con rüido 
    querer cercarlo todo parecía 
    en su volver, mas era afán perdido; 
    dejábase correr en fin derecho, 
    contento de lo mucho que habia hecho. 

    27. 

    Estaba puesta en la sublime cumbre 
    del monte, y desde allí por él sembrada, 
    aquella ilustre y clara pesadumbre 
    d’antiguos edificios adornada. 
    D’allí con agradable mansedumbre 
    el Tajo va siguiendo su jornada 
    y regando los campos y arboledas 
    con artificio de las altas ruedas. 

    28. 

    En la hermosa tela se veían, 
    entretejidas, las silvestres diosas 
    salir de la espesura, y que venían 
    todas a la ribera presurosas, 
    en el semblante tristes, y traían 
    cestillos blancos de purpúreas rosas, 
    las cuales esparciendo derramaban 
    sobre una ninfa muerta que lloraban. 

    29. 

    Todas, con el cabello desparcido, 
    lloraban una ninfa delicada 
    cuya vida mostraba que habia sido 
    antes de tiempo y casi en flor cortada; 
    cerca del agua, en un lugar florido, 
    estaba entre las hierbas degollada 
    cual queda el blanco cisne cuando pierde 
    la dulce vida entre la hierba verde. 

    30. 

    Una d’aquellas diosas qu’en belleza 
    al parecer a todas ecedía, 
    mostrando en el semblante la tristeza 
    que del funesto y triste caso había, 
    apartada algún tanto, en la corteza 
    de un álamo unas letras escribía 
    como epitafio de la ninfa bella, 
    que hablaban ansí por parte della: 

    31. 

    «Elisa soy, en cuyo nombre suena 
    y se lamenta el monte cavernoso, 
    testigo del dolor y grave pena 
    en que por mí se aflige Nemoroso 
    y llama ‘¡Elisa!’; ‘¡Elisa!’ a boca llena 
    responde el Tajo, y lleva presuroso 
    al mar de Lusitania el nombre mío, 
    donde será escuchado, yo lo fío». 

    32. 

    En fin, en esta tela artificiosa 
    toda la historia estaba figurada 
    que en aquella ribera deleitosa 
    de Nemoroso fue tan celebrada, 
    porque de todo aquesto y cada cosa 
    estaba Nise ya tan informada 
    que, llorando el pastor, mil veces ella 
    se enterneció escuchando su querella; 

    33. 

    y porque aqueste lamentable cuento, 
    no sólo entre las selvas se contase, 
    mas dentro de las ondas sentimiento 
    con la noticia desto se mostrase, 
    quiso que de su tela el argumento 
    la bella ninfa muerta señalase 
    y ansí se publicase de uno en uno 
    por el húmido reino de Neptuno. 

    34. 

    Destas historias tales varïadas 
    eran las telas de las cuatro hermanas, 
    las cuales con colores matizadas, 
    claras las luces, de las sombras vanas 
    mostraban a los ojos relevadas 
    las cosas y figuras que eran llanas, 
    tanto que al parecer el cuerpo vano 
    pudiera ser tomado con la mano. 

    35. 

    Los rayos ya del sol se trastornaban, 
    escondiendo su luz al mundo cara 
    tras altos montes, y a la luna daban 
    lugar para mostrar su blanca cara; 
    los peces a menudo ya saltaban, 
    con la cola azotando el agua clara, 
    cuando las ninfas, la labor dejando, 
    hacia el agua se fueron paseando. 

    36. 

    En las templadas ondas ya metidos 
    tenian los pies, y reclinar querían 
    los blancos cuerpos cuando sus oídos 
    fueron de dos zampoñas que tañían 
    suave y dulcemente detenidos, 
    tanto que sin mudarse las oían 
    y al son de las zampoñas escuchaban 
    dos pastores a veces que cantaban. 

    37. 

    Más claro cada vez el son se oía 
    de dos pastores que venian cantando 
    tras el ganado, que también venía 
    por aquel verde soto caminando 
    y a la majada, ya pasado el día,. 
    recogido le llevan, alegrando 
    las verdes selvas con el son süave, 
    haciendo su trabajo menos grave. 

    38. 

    Tirreno destos dos el uno era, 
    Alcino el otro, entrambos estimados 
    y sobre cuantos pacen la ribera 
    del Tajo con sus vacas enseñados; 
    mancebos de una edad, d’una manera 
    a cantar juntamente aparejados 
    y a responder, aquesto van diciendo, 
    cantando el uno, el otro respondiendo: 

    39. 

    TIRRENO 

    Flérida, para mí dulce y sabrosa 
    más que la fruta del cercado ajeno, 
    más blanca que la leche y más hermosa 
    qu’el prado por abril de flores lleno: 
    si tú respondes pura y amorosa 
    al verdadero amor de tu Tirreno, 
    a mi majada arribarás primero 
    qu’el cielo nos amuestre su lucero. 

    40. 

    ALCINO 

    Hermosa Filis, siempre yo te sea 
    amargo al gusto más que la retama, 
    y de ti despojado yo me vea 
    cual queda el tronco de su verde rama, 
    si más que yo el murciélago desea 
    la escuridad, ni más la luz desama, 
    por ver ya el fin de un término tamaño, 
    deste dia para mí mayor que un año. 

    41. 

    TIRRENO 

    Cual suele, acompañada de su bando, 
    aparecer la dulce primavera, 
    cuando Favonio y Céfiro, soplando, 
    al campo tornan su beldad primera, 
    y van artificiosos esmaltando 
    de rojo, azul y blanco la ribera: 
    en tal manera, a mí Flérida mía 
    viniendo, reverdece mi alegría. 

    42. 

    ALCINO 

    ¿Ves el furor del animoso viento 
    embravecido en la fragosa sierra 
    que los antigos robles ciento a ciento 
    y los pinos altísimos atierra, 
    y de tanto destrozo aun no contento, 
    al espantoso mar mueve la guerra? 
    Pequeña es esta furia comparada 
    a la de Filis con Alcino airada. 

    43. 

    TIRRENO 

    El blanco trigo multiplica y crece; 
    produce el campo en abundancia tierno 
    pasto al ganado; el verde monte ofrece 
    a las fieras salvajes su gobierno; 
    adoquiera que miro, me parece 
    que derrama la copia todo el cuerno: 
    mas todo se convertirá en abrojos 
    si dello aparta Flérida sus ojos. 

    44. 

    ALCINO 

    De la esterilidad es oprimido 
    el monte, el campo, el soto y el ganado; 
    la malicia del aire corrompido 
    hace morir la hierba mal su grado; 
    las aves ven su descubierto nido, 
    que ya de verdes hojas fue cercado: 
    pero si Filis por aquí tornare, 
    hará reverdecer cuanto mirare. 

    45. 

    TIRRENO 

    El álamo de Alcides escogido 
    fue siempre, y el laurel del rojo Apolo; 
    de la hermosa Venus fue tenido 
    en precio y en estima el mirto solo; 
    el verde sauz de Flérida es querido 
    y por suyo entre todos escogiólo: 
    doquiera que sauces de hoy más se hallen, 
    el álamo, el laurel y el mirto callen. 

    46. 

    ALCINO 

    El fresno por la selva en hermosura 
    sabemos ya que sobre todos vaya; 
    y en aspereza y monte d’espesura 
    se aventaja la verde y alta haya; 
    mas el que la beldad de tu figura 
    dondequiera mirado, Filis, haya, 
    al fresno y a la haya en su aspereza 
    confesará que vence tu belleza. 

    47. 

    Esto cantó Tirreno, y esto Alcino 
    le respondió, y habiendo ya acabado 
    el dulce son, siguieron su camino 
    con paso un poco más apresurado; 
    siendo a las ninfas ya el rumor vecino, 
    juntas s’arrojan por el agua a nado, 
    y de la blanca espuma que movieron 
    las cristalinas ondas se cubrieron.