Apoya en mí la cabeza, si tienes sueño. apoya en mí la cabeza, aquí, en mi pecho. Descansa, duérmete, sueña, no tengas miedo del mundo, que yo te velo. Levanta hacia mí tus ojos, tus ojos lentos, y ciérralos poco a poco conmigo dentro; ciérralos, aunque no quieras, muertos de sueño.
Ya estás dormida. Ya sube, baja tu pecho, y el mío al compás del tuyo mide el silencio, almohada de tu cabeza, celeste peso. Mi pecho de varón duro, tabla de esfuerzo, por ti se vuelve de plumas, cojín de sueños. Navega en dulce oleaje, ritmo sereno, ritmo de olas perezosas el de tus pechos. De cuando en cuando una grande, espuma al viento, suspiro que se te escapa volando al cielo, y otra vez navegas lenta mares de sueño, y soy yo quien te conduce yo que te velo, que para que te abandones te abrí mi pecho. ¿Qué sueñas? ¿Sueñas? ¿Qué buscan –palabras, besos– tus labios que se te mueven, dormido rezo? Si sueñas que estás conmigo, no es sólo sueño; lo que te acuna y te mece soy yo, es mi pecho.
Despacio, brisas, despacio, que tiene sueño. Mundo sonoro que rondas, hazte silencio, que está durmiendo mi niña, que está durmiendo al compás que de los suyos copia mi pecho. Que cuando se me despierte buscando el cielo encuentre arriba mis ojos limpios y abiertos.
Todo lo que llevo dentro está ahí fuera. Se ha hecho -fiel a sí mismo- mi evidencia. Mis pensamientos son montes, mares, selvas, bloques de sal cegadora, flores lentas. El sol realiza mis sueños, me los crea
Apoya en mí la cabeza, si tienes sueño. apoya en mí la cabeza, aquí, en mi pecho. Descansa, duérmete, sueña, no tengas miedo del mundo, que yo te velo. Levanta hacia mí tus ojos, tus ojos lentos, y ciérralos poco a poco
Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes. Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo, y tú, inocente, duermes bajo el cielo. Tú por tu sueño, y por el mar las naves.