Que lo hermoso y lo hechicero
sea tan sólo hálito y tormenta,
y que lo encantador y lo precioso
y lo propicio nunca permanezca:
que flor y nube y pompa de jabón,
fuegos artificiales, risas de los niños,
mirada de mujer en el espejo
y tantas otras cosas tan maravillosas
que se extinguen, apenas descubiertas,
duren sólo un instante,
eso penosamente lo sabemos.
No nos es tan querido
lo duradero, inmóvil:
piedra preciosa con un fuego frío,
pesada barra de oro refulgente;
y las mismas estrellas
extrañas, alejadas, no parecen
iguales a nosotros, seres transitorios,
pues la hondura del alma no la alcanzan.
Parece que lo hermoso, que lo amable tienda a la destrucción,
tan cerca siempre de la muerte,
y que lo más precioso, los tonos de la música
que desde el nacimiento
huyen, se desvanecen,
hálito son tan sólo, ríos, persecución.
Y por un dolor tenue derribados de un soplo,
pues tampoco se dejan detener
por el tiempo que dura este latido, tampoco exorcizar;
sonido tras sonido, casi apenas tocados,
se esfuman y se escurren desde allí.
Así está nuestro corazón
lealmente entregado,
fraternalmente a lo fugaz,
la vida, lo que mana,
no a lo que, sólido, posee duración.
Pronto lo permanente nos fatiga, joyas,
roca y mundo estrellado,
a nosotros, en el eterno cambio a la deriva,
almas de viento y pompas de jabón,
al tiempo unidos, y fugaces,
a quienes el rocío de una hoja rosa,
a quienes el cortejo de unas aves,
la muerte del espejo de las nubes,
el brillo de la nieve, el arco iris,
la mariposa que voló, nosotros,
a quienes el sonido de una risa
que al pasar nos rozara
nos parece una fiesta
o nos causa dolor. Amamos todo aquello
que nos es semejante, y entendemos
lo que el viento escribe sobre la arena.