Era dorada y espléndida
Aquella ciudad de la luz;
Una visión suspendida
En los abismos de la noche;
Una región de prodigios y gloria, cuyos templos
Eran de mármol blanco.
Recuerdo la época
En que apareció ante mis ojos;
Eran los tiempos salvajes e irracionales,
Los días de las mentes embrutecidas
En los que el Invierno, con su mortaja blanca y lívida,
Avanzaba lentamente torturando y destruyendo.
Más hermosa que Zión
Resplandecía en el cielo
Cuando los rayos de Orión
Nublaron mis ojos,
Y me sumieron en un sueño lleno de oscuros recuerdos
De vivencias olvidadas y remotas.
Sus mansiones eran majestuosas,
Decoradas con bellas esculturas
Que se erguían con nobleza
En magníficas terrazas,
Y los jardines eran fragantes y soleados,
Y en ellos florecían extrañas maravillas.
Me fascinaban sus avenidas
Con sus perspectivas sublimes;
Las elevadas arcadas me confirmaban
Que una vez, en otro tiempo,
Había vagado en éxtasis bajo su sombra,
En el benigno clima de Halcyón.
En la plaza central se alineaba
Una hilera de estatuas;
Hombres solemnes de largas barbas
Que habían sido poderosos en su día...
Pero una estaba rota y mutilada,
Y su rostro barbado había sido destrozado.
En aquella ciudad esplendorosa
No vi a ningún mortal,
Pero mi imaginación, indulgente
Con las leyes de la memoria,
Se demoró largo tiempo contemplando aquellas figuras
De la plaza, cuyos pétreos rostros observó con temor.
Avivé el débil rescoldo
Que aún permanecía encendido en mi espíritu,
Y me esforcé por recordar
Los eones de pasado;
Por atravesar libremente el infinito,
Y poder visitar el insondable pasado.
Entonces la horrible advertencia
Cayó sobre mi alma
Como el ominoso amanecer
Que asciende en su roja aureola,
Y huí, lleno de pánico, antes de que los terrores
Ya olvidados y desaparecidos me fueran revelados.