Ya soy dichoso, ya soy feliz 
porque triunfante llegué a Madrid, 
llegué a Madrid. 
La viejecita, Coro 
Lo primero, sin duda, es este ensanchamiento 
de la respiración, casi angustioso. 
y la especial sonoridad del aire, 
como una gran campana en el vacío, 
acercándome olores 
de jara de la sierra, 
más perfumados por la lejanía, 
y de tantos veranos juntos 
de mi niñez. 
Luego está la glorieta 
preliminar, con su pequeño intento de jardín, 
mundo abreviado, renovado y puro 
sin demasiada convicción, y al fondo 
la previsible estatua y el pórtico de acceso 
a la magnífica avenida, 
a la famosa capital. 
Y la vida, que adquiere 
carácter panorámico, 
inmensidad de instante también casi angustioso 
-como de amanecer en campamento 
o portal de belén-, la vida va espaciándose 
otra vez bajo el cielo enrarecido 
mientras que aceleramos. 
Porque hay siempre algo más, algo espectral 
como invisiblemente sustraído, 
y sin embargo verdadero. 
Yo pienso en zonas lívidas, en calles 
o en caminos perdidos hacia pueblos 
a lo lejos, igual que en un belén, 
y vuelvo a ver esquinas de ladrillo injuriado 
y pasos a nivel solitarios, y miradas 
asomándose a vernos, figuras diminutas 
que se quedan atrás para siempre, en la memoria 
como peones camineros. 
Y esto es todo, quizás. Alrededor 
se ciernen las fachadas, y hay gentes en la acera 
frente al primer semáforo.