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Cine de Dios, la tarde, dilatada pantalla universal de aire en relieve ilumina con oros casi densos las horas que se rinden al poniente.
Rayos horizontales, paralelos, encienden las fachadas en reposo y va la prisa envuelta en la ceguera de un remolino aspado en sombra y oro.
Sobre la calma la ciudad irradia su latir presuroso de metales y el sol abre sus venas de colores en los largos espejos de las calles.
-No podrá la gran urna de la noche cegar estos jardines de reflejos que, flores de cristal, platino en ascuas, fingirán en la noche su destello-.
Sobre la frente la ciudad repica. Y van mujeres, sin perfil, disueltas en la áurea tarde que relumbra viva sobre la sierpe humana de la acera.