Algún día por esta calle de Santa Clara, en la paz de un atardecer de oro, pasará un hombre perdido hacia un afán inconcreto. Habrá esta luz trasparente, celeste, pura, sin fin. Habrá este claro reposo lleno de sonoridades de cal profunda y sencilla. Jugarán, puros, los niños ante el marco de sus puertas. Una risa de mujer en el abril de su edad pondrá en la carne del viento el temblor de una caricia. ¡Y algo unirá nuestra sangre con los cimientos del mundo! Irá un hombre por la acera con toda el alma en sus ojos. Yo estaré muerto, olvidado para el mundo y las personas. Y alguien pensará que un día habrá existido otro hombre que gozara esta delicia, este silencio, estas luces, esta risa, esta tristeza dulcísima, irreprimible hacia ese afán inefable que es más que vida y que muerte...
Algún día por esta calle de Santa Clara, en la paz de un atardecer de oro, pasará un hombre perdido hacia un afán inconcreto. Habrá esta luz trasparente, celeste, pura, sin fin.