Jamás la poesía de la tierra se extingue: cuando a todos los pájaros abate el sol ardiente y ocúltanse en fresdores de umbría, una voz corre de seto en seto, por prados recién segados. En la de la cigarra. El concierto dirige de la pompa estival y no se sacia nunca de sus delicias, pues si le cansan sus juegos, se tumba a reposar bajo algún junco amable. En la tierra jamás la poesía cesa: cuando, en la solitaria tarde invernal, el hielo ha labrado el silencio, en el hogar ya vibra el cántico del grillo, que aumenta sus ardores, y parece, al sumido en somnolencia dulce, la voz de la cigarra, entre colinas verdes.
¡Oh, Soledad! Si contigo debo vivir, Que no sea en el desordenado sufrir De turbias y sombrías moradas, Subamos juntos la escalera empinada; Observatorio de la naturaleza, Contemplando del valle su delicadeza, Sus floridas laderas,
Estación de las nieblas y fecundas sazones, colaboradora íntima de un sol que ya madura, conspirando con él cómo llenar de fruto y bendecir las viñas que corren por las bardas, encorvar con manzanas los árboles del huerto
Lo hermoso es alegría para siempre: su encanto se acrecienta y nunca vuelve a la nada, nos guarda un silencioso refugio inexpugnable y un reposo lleno de alientos, sueños, apetitos. Por eso cada día nos ceñimos guirnaldas que nos unan a la tierra,
Me duele el corazón y aqueja un soñoliento torpor a mis sentidos, cual si hubiera bebido cicuta o apurado algún fuerte narcótico ahora mismo, y me hundiese en el Leteo: no porque sienta envidia de tu sino feliz, sino por excesiva ventura en tu ventura,
Jamás la poesía de la tierra se extingue: cuando a todos los pájaros abate el sol ardiente y ocúltanse en fresdores de umbría, una voz corre de seto en seto, por prados recién segados. En la de la cigarra. El concierto dirige
Bien venida alegría, bien venido pesar, la hierba del Leteo y de Hermes la pluma: vengan hoy y mañana, que los quiero lo mismo. Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro y alguna alegre risa oír entre los truenos; bello y feo me gustan: