Traten de despertar y acompáñennos campanas que han olvidado su sed de espacio, arco iris en dónde quería vivir una niña, tardes que pasábamos en el tejado de zinc leyendo a Salgari y a Julio Verne, tardes como las sandías que poníamos a enfriar en el río, como los pies desnudos de los niños que caminaban por los rieles del desvío del aserradero, como el beso de la muchacha en la penumbra de la bodega triguera. Acompáñennos, rechinar de las mariposas de hierro, veletas quejumbrosas, cielo de la hora de la novena tan cercano que pronunciar un nombre podría romperlo, cielo en donde se hundían las palomas cansadas de la iglesia.
Acompáñennos a nosotros que hemos visto el sol transformarse en un girasol negro. A nosotros que hemos sido convertidos en hermanos de las máscaras muertas y de las lámparas que nada iluminan y sólo congregan sombras. A nosotros los desterrados en un lugar en donde nadie conoce el nombre de los árboles, donde vemos todo próximo amor como una próxima derrota, toda mañana como una carta que nunca abriremos.
Acompáñennos, porque aunque los días de la ciudad sean espejos que sólo pueden reflejar nuestros rostros destruidos, porque aunque confiamos nuestras palabras a quienes decían amarnos sin saber que sólo los niños y los gatos podrían comprendernos, sin saber que sólo los pájaros y los girasoles no nos traicionarían nunca, aún escuchamos el llamado de los rieles que zumban en el medio día del verano en que abandonamos la aldea, y en sueños nos reunimos para caminar hacia el País de Nunca Jamás por senderos retorcidos iluminados sólo por las candelillas y los ojos encandilados de las liebres.
Si pudiera regresar, recobrar la oscuridad que sucedió al griterío de los invitados cuando alguien apagó de un soplo las velas de la torta de cumpleaños. Saber por qué sigo soñando con esa mañana de caza
Traten de despertar y acompáñennos campanas que han olvidado su sed de espacio, arco iris en dónde quería vivir una niña, tardes que pasábamos en el tejado de zinc leyendo a Salgari y a Julio Verne,
Lo que importa es estar vivo y entrar a la casa en el desolado mediodía de la vida. El río pasa recogiendo la calle polvorienta. Los satélites artificiales pueden rodear la tierra, pero nada saben de ellos los bueyes enyugados a las carretas.
Elle avoit eu le temps de songer...' Charles Perrault.
¿En qué soñaba la Bella Durmiente en su sueño que duró cien años? ¿Soñaba con la música muda de los polvorientos oboes, o con el hervir de las ollas que las cocineras descuidaban?