Nadie vino a esperarme. Yo me encogí de hombros y me eché a andar: Soy un hombre de paso, simplemente; soy simplemente un hombre que llega y que se va.
No conozco este pueblo, este pequeño pueblo junto al mar: Hoy, por primera vez, miro estas casas con sus techos de tejas y sus muros de sal.
Pero sé que esta calle polvorienta le da vuelta a un parque con bancos de metal, y que frente a ese parque hay una iglesia, y que junto a esa iglesia hay un rosal.
Yo conozco el chirrido de una verja oxidada, y, entre tantos portales, reconozco un portal —aquel portal de la baranda verde, con un horcón rajado a la mitad—.
Y es que estoy en el pueblo de tus cartas de novia, tu viejo pueblo tristemente igual, aunque yo vine demasiado tarde, y aunque tú ya no estás...
Así estás todavía de pie bajo la lluvia, bajo la clara lluvia de una noche de invierno. de pie bajo la lluvia me llega tu sonrisa, de pie bajo la lluvia te encuentra mi recuerdo.
Y comenzaremos juntos un viaje hacia la aurora. Como dos fugitivos de la misma condena. Lo que ignoraba antes no he de callarlo ahora: No valías la pena.
Amamos porque sí, sencillamente porque sí, sin saberlo, como cuando la espiga se levanta, como la lluvia cuando está cayendo, como el viento que pasa y no lo sabe y sin embargo, pasa y es el viento.
Vengo del fondo oscuro de una noche implacable y contemplo los astros con un gesto de asombro. Al llegar a tu puerta me confieso culpable y una paloma blanca se me posa en el hombro.
Todavía te busco, mujer que busco en vano, mujer que tantas veces cruzaste mi sendero, sin alcanzarte nunca cuando extendí la mano y sin que me escucharas cuando dije: «te quiero...»