Puedes irte y no importa, pues te quedas conmigo como queda un perfume donde había una flor. Tú sabes que te quiero, pero no te lo digo; y yo sé que eres mía, sin ser mío tu amor.
La vida nos acerca y la vez nos separa, como el día y la noche en el amanecer... Mi corazón sediento ansía tu agua clara, pero es un agua ajena que no debo beber...
Por eso puedes irte, porque, aunque no te sigo, nunca te vas del todo, como una cicatriz; y mi alma es como un surco cuando se corta el trigo, pues al perder la espiga retiene la raíz.
Tu amor es como un río, que parece más hondo, inexplicablemente, cuando el agua se va. Y yo estoy en la orilla, pero mirando al fondo, pues tu amor y la muerte tienen un más allá.
Para un deseo así, toda la vida es poca; toda la vida es poca para un ensueño así... Pensando en ti, esta noche, yo besaré otra boca; y tú estarás con otro... ¡pero pensando en mí!
Ahora que ya te fuiste, te diré que te quiero. Ahora que no me oyes, ya no debo callar. Tú seguirás tu vida y olvidarás primero... Y yo aquí, recordándote, a la orilla del mar.
En el recogimiento de la tarde que muere, entre las imprecisas brumas crepusculares, cada jirón de sombras cobra vida, y sugiere vaporosas siluetas familiares.
Yo he vivido mi vida: si fue larga o fue corta, si fue alegre o fue triste, ya casi no me importa. Y aquí estoy, esperando. No sé bien lo que espero, si el amor o la muerte, -lo que pase primero.
Un hijo... ¿Tú sabes, tu sientes que es eso? ver nacer la vida del fondo de un beso, por un inefable milagro de amor; Un beso que llene la cuna vacía, y que ingenuamente nos mire y sonría: un beso hecho flor...
—“Vamos, que se hace tarde...”—me dijiste. Pero yo me quedé mirando el mar, con el hastío de un pecado triste, pues no hay nada más triste que un pecado vulgar...
Ama tu verso, y ama sabiamente tu vida, la estrofa que más vive, siempre es la mas vivida. Un mal verso supera la más perfecta prosa, aunque en prosa y en verso digas la misma cosa.