En el recogimiento de la tarde que muere, entre las imprecisas brumas crepusculares, cada jirón de sombras cobra vida, y sugiere vaporosas siluetas familiares.
En la brisa que pasa, parece que suspira la virgen de ojos claros que aún sueña en mi regreso; el rumor de las frondas abre el ala de un beso, y desde aquella estrella, alguien me mira…
Allá, entre la alameda, se perfila la sombra grácil de la mujer que amé más en la vida, y en la voz de la fuente vibra una voz querida, que en su canción de oro y cristal me nombra…
Todo canta, a esa hora, la canción olvidada, todo sueña el ensueño que quedó trunco un día, y verdece de nuevo la ilusión agostada, ebria de fe, de ardor y de armonía…
Y entre la sutil bruma de prestigios de incienso que exalta mis recuerdos y mi melancolía, en la paz de este parque abandonado, pienso en la mujer que nunca será mía.
Por un agua de hastío voy moviendo estos remos, que pasan tanto al irme y tan poco al volver; pero quizá un día no nos separaremos, mujer mía y ajena, como el amanecer.
Tal vez guardes mi libro en alguna gaveta, sin que nadie descubra qué relata su historia, pues serán simplemente, los versos de un poeta, tras arrancar la página de la dedicatoria...
Yo he vivido mi vida: si fue larga o fue corta, si fue alegre o fue triste, ya casi no me importa. Y aquí estoy, esperando. No sé bien lo que espero, si el amor o la muerte, -lo que pase primero.
Un hijo... ¿Tú sabes, tu sientes que es eso? ver nacer la vida del fondo de un beso, por un inefable milagro de amor; Un beso que llene la cuna vacía, y que ingenuamente nos mire y sonría: un beso hecho flor...
Amigo: sé que existes, pero ignoro tu nombre. No lo he sabido nunca ni lo quiero saber. Pero te llamo amigo para hablar de hombre a hombre, que es el único modo de hablar de una mujer. Esa mujer es tuya, pero también es mía.
Espero tu sonrisa y espero tu fragancia por encima de todo, del tiempo y la distancia. Yo no sé desde dónde, hacia dónde, ni cuándo regresarás... sé sólo que te estaré esperando.