Llame locura al amor, ya lo veo; pero que no se enloquezca cuando otro humor prevalezca, no lo creo. Que una doncella guardada esté del mundo apartada, ya lo veo; pero que no muera ella por salir de ser doncella, no lo creo. Que un filósofo muy grave diga que de amor no sabe, ya lo veo; pero que no mienta el sabio con el pecho y con el labio, no lo creo. Que una moza admita un viejo por marido o por cortejo, ya lo veo; mas que el viejo en confusiones no dé por cuernos doblones, no lo creo. Que un amante abandonado diga que está escarmentado, yalo veo; pero que él no se desdiga si encuentra grata a su amiga, no lo creo. Que una vieja ya se asombre hasta del nombre del hombre ya lo veo; pero que ella no quisiera ser de edad menos severa, no lo creo. Que una mujer a su amante jure ser siempre constante, ya lo veo; pero que se pase un día y ella quiera todavía, no lo creo. Que de todas las mujeres no importen los pareceres, ya lo veo; pero de que la que amamos el parecer no sigamos, no lo creo. Que la mujer, cual cristal, la quiebre un soplo fatal, ya lo veo; pero que pueda soldarse si una vez llega a quebrarse, no lo creo. Que al espejo las coquetas estudien mil morisquetas, ya lo veo; pero que sea el cristal el objeto principal, no lo creo. Que bastante he murmurado en lo que está criticado, ya lo veo; pero que mucho no pueda criticarse en lo que pueda, no lo creo. Que la novia moza y linda al novio viejo se rinda, ya lo veo; pero que crea el barbón que ella rinde el corazón, no lo creo.
Llegose a mí con el semblante adusto, con estirada ceja y cuello erguido (capaz de dar un peligroso susto al tierno pecho del rapaz Cupido), un animal de los que llaman sabios, y de este modo abrió sus secos labios:
Llame locura al amor, ya lo veo; pero que no se enloquezca cuando otro humor prevalezca, no lo creo. Que una doncella guardada esté del mundo apartada, ya lo veo; pero que no muera ella por salir de ser doncella, no lo creo.
Amor, con flores ligas nuestros brazos; los míos te ofrecí lleno de penas, me echaste tus guirnaldas más amenas, secáronse las flores, vi los lazos, y vi que eran cadenas. Nos guías por la senda placentera al templo del placer ciego y propicio;