Ningún vestigio tan inconsolable como el que deja un cuerpo entre las sábanas y más cuando la lasitud de la memoria ocupa un espacio mayor del que razonablemente le corresponde.
Linda el amanecer con la almohada y algo jadea cerca, acaso un último estertor adherido a la carne, la otra vez adversaria emanación del tedio estacionándose entre los utensilios de la noche.
Despierta, ya es de día, mira los restos del naufragio bruscamente esparcidos en la vidriosa linde del insomnio.
Sólo es un pacto a veces, una tregua ungida de sudor, la extenuante reconstrucción del sitio donde estuvo asediado el taciturno material del deseo.
Rastros hostiles reptan entre un cúmulo de trofeos y escorias, amortiguan la inerme acometida de los cuerpos. A batallas de amor campo de plumas.
Cuando busco al que fui, qué hacinamiento de vacilaciones, atisbos, pistas falsas, presagios, averías de la memoria, ardides neutralizados por la incertidumbre.
Unas palabras son inútiles y otras acabarán por serlo mientras elijo para amarte más metódicamente aquellas zonas de tu cuerpo aisladas por algún obstinado depósito de abulia, los recodos quizá donde mejor se expande ese rastro de tedio
La veis un día domingo. Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado (no la podéis mirar), un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos, pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,
... Entra la noche como un trueno por los rompientes de la vida, recorre salas de hospitales, habitaciones de prostíbulos, templos, alcobas, celdas, chozas, y en los rincones de la boca entra también la noche.
Ningún vestigio tan inconsolable como el que deja un cuerpo entre las sábanas y más cuando la lasitud de la memoria ocupa un espacio mayor del que razonablemente le corresponde.
Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde. Otra vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música insidiosa