Cuando busco al que fui, qué hacinamiento de vacilaciones, atisbos, pistas falsas, presagios, averías de la memoria, ardides neutralizados por la incertidumbre.
A veces soy alguno de esos esquivos personajes que repentinamente me suplantan, y a veces sólo soy como un antecesor del que nunca seré o acaso ese inconstante buscador de respuestas que acaba siempre defraudado por la futilidad de sus pesquisas.
Sin embargo, mi historia personal poco tiene que ver con esa historia: también yo soy aquel que nunca escribe nada si no es en legítima defensa.
... Mil veces he intentado decirte que te quiero, mas la ardorosa confesión, mi vida, se ha vuelto de los labios a mi pecho. ¿Por qué, niña? Lo ignoro, ¿Por qué? Yo no lo entiendo, Son blandas tu sonrisa y tu mirada,
En mi aposento, asaltado a veces por el hosco lebrel de la esperanza, palpando entre mis manos su vaho turbador, juzgo ahora mi propia aspiración a la alegría.
Ni la justicia con sus manos ciegas, ni la bondad de ojos efímeros, ni la obediencia entre algodones sucios, ni el rencor que atenúa la desesperación de los cautivos, ni las armas que arrecian por doquier, podrán ya mitigar esas lerdas proclamas
Tú te llamabas Carmen y era hermoso decir una a una tus letras, desnudarlas, mirarte en cada una como si fuesen ramas distintas de alegría, distintos besos en mi boca reunidos. Era hermoso saberte con un nombre que ya me duele ahora entre los labios,
Amor, primera forma de vivir, escucha: ¿eres tú la tristeza que enciende mi destino, o acaso sólo existes desde un ser que sonríe mientras tiemblan sus ojos esperando en los míos remansarse?
Ligeramente tumefacta pero ofrecida con codicia, llegó la boca hasta el lindero de la precaria intimidad. Iban reptando las parejas que se apiñaban en lo oscuro: no se miraban, se sumían en un compendio de sudores, se convertían en secuaces
La verdinegra tapia que ceñía el jardín del prostíbulo, en parte decorado de rótulos obscenos, todavía conserva los mismos desconchones inclementes, las mismas mordeduras de musgo y de salitre que se veían cuando yo era joven y me asomé a la vida por allí.
Ningún vestigio tan inconsolable como el que deja un cuerpo entre las sábanas y más cuando la lasitud de la memoria ocupa un espacio mayor del que razonablemente le corresponde.