La veis un día domingo. 
Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado 
(no la podéis mirar), 
un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos, 
pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes 
hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños, 
de ir gastando mañanas, hombres de cada día, 
en las estribaciones de un pan dominical. 
La veis venir acaso de un azar con ternuras, 
de una piedad con fábulas; la veis 
venir y no sabéis que está llamándose 
lo mismo que la vida, 
lo mismo que su traje hecho disfraz de olvido, 
hecho carne de engaño y servicial, 
cortado a la medida de mensuales lágrimas, 
de quebrantos tejidos con la última 
hebra de la intemperie, con las briznas 
de ese telar de amor donde aprendemos 
la hermandad necesaria que es un cuerpo sin nadie. 
Sucede que es un día más bien canción que número, 
más bien como una lluvia de inclemente mirada, 
de humilde mano abierta 
que volverá a vestir de desnudez la vida. 
Y entonces ya es mentira crecer sobre raíces, 
ya es mentira ese tiempo blandamente nocivo 
que se nos va quedando alquilado en la piel, 
que se nos gasta hasta dejarnos 
un mísero rastro de caricia vacía, 
llegar a confundirnos en un domingo anónimo, 
en un amor sin cuerpo, hilvanando de lástima. 
Y entonces, ese día, el domingo, 
viene llegando, corre, se nos acerca 
(todos la conocemos), 
nos mira igual que un charco 
de amor recién secado, nos contagia 
de todo cuanto es puro en su día siguiente, 
porque está consolándose con un jornal caduco, 
está desviviéndose 
en una pobre sucesión de acopios para amar, 
de ir contando los años por tránsitos de trajes, 
por memorias zurcidas, por sueños arrancados 
del retal de un domingo cegador e ilusorio. 
... Mil veces he intentado 
decirte que te quiero, 
mas la ardorosa confesión, mi vida, 
se ha vuelto de los labios a mi pecho. 
¿Por qué, niña? Lo ignoro, 
¿Por qué? Yo no lo entiendo, 
Son blandas tu sonrisa y tu mirada, 
Ni la justicia con sus manos ciegas, 
ni la bondad de ojos efímeros, 
ni la obediencia entre algodones sucios, 
ni el rencor que atenúa 
la desesperación de los cautivos, 
ni las armas que arrecian por doquier, 
podrán ya mitigar esas lerdas proclamas 
Tú te llamabas Carmen 
y era hermoso decir una a una tus letras, 
desnudarlas, mirarte en cada una 
como si fuesen ramas distintas de alegría, 
distintos besos en mi boca reunidos. 
Era hermoso saberte con un nombre 
que ya me duele ahora entre los labios, 
En mi aposento, asaltado a veces 
por el hosco lebrel 
de la esperanza, palpando 
entre mis manos su vaho turbador, 
juzgo ahora 
mi propia aspiración a la alegría. 
Ligeramente tumefacta 
pero ofrecida con codicia, 
llegó la boca hasta el lindero 
de la precaria intimidad. 
Iban reptando las parejas 
que se apiñaban en lo oscuro: 
no se miraban, se sumían 
en un compendio de sudores, 
se convertían en secuaces 
... Entra la noche como un trueno 
por los rompientes de la vida, 
recorre salas de hospitales, 
habitaciones de prostíbulos, 
templos, alcobas, celdas, chozas, 
y en los rincones de la boca 
entra también la noche. 
Amor, primera forma de vivir, escucha: 
¿eres tú la tristeza que enciende mi destino, 
o acaso sólo existes desde un ser que sonríe 
mientras tiemblan sus ojos esperando en los míos remansarse? 
La verdinegra tapia que ceñía 
el jardín del prostíbulo, en parte decorado 
de rótulos obscenos, todavía conserva 
los mismos desconchones inclementes, 
las mismas mordeduras de musgo y de salitre 
que se veían cuando yo era joven 
y me asomé a la vida por allí.