Somos el tiempo que nos queda, de José Manuel Caballero Bonald | Poema

    Poema en español
    Somos el tiempo que nos queda

    Ligeramente tumefacta 
    pero ofrecida con codicia, 
    llegó la boca hasta el lindero 
    de la precaria intimidad. 
    Iban reptando las parejas 
    que se apiñaban en lo oscuro: 
    no se miraban, se sumían 
    en un compendio de sudores, 
    se convertían en secuaces 
    de la penumbra suspensiva. 
    Como un furtivo postulado 
    brilló el mechero de los cómplices. 

    No te preocupes no me he ido, 
    ¿cómo iba a irme sin saber? 
    Somos el tiempo que nos queda. 

    Y ya los cuerpos se anudaban 
    bajo la oscura marquesina, 
    sin decidir con qué argumentos 
    recobrarían su ansiedad. 
    Era una esquirla el clarinete, 
    un estertor de la armonía. 

    Toda la noche resonando 
    como una sábana en tus pechos, 
    toda la noche entre emboscadas 
    buscando llaves que no abrían. 

    Chorros de gritos tan vehementes 
    que entrechocan con los vasos 
    iban tiñendo de lujuria 
    los cortinajes y butacas. 
    Entre el estruendo de los rótulos 
    unas caderas rebullían 
    como impulsadas por la piel 
    incandescente del tambor. 

    Mira qué prendas, qué proclamas 
    de irremediable soledad. 
    Habla más alto, no se escucha 
    más que el furor de los licores. 
    Todo está lleno de luciérnagas 
    y de insufribles fumarolas, 
    todo parece confiscado 
    por los que nunca saben nada. 

    Pero la boca ya ofrecía 
    sus rezumantes terciopelos, 
    boca promiscua, saturada 
    de zumos ávidos y esguinces. 
    Está invadida de jadeos, 
    no se parece a las demás. 
    No se parece, no es mentira. 

    Pisando vidrios, esgrimiendo 
    restos de yerbas y de músicas, 
    llegaron nuevas avalanchas 
    de adormilados oficiantes. 
    Era la hora del suicidio 
    y algunos miembros de la secta 
    se desnudaron en la sala 
    con voluptuosa dejadez. 

    ¿Cómo evitar el simulacro, 
    cómo vivir sin desvivirnos? 
    Surcan los días por tu vientre. 
    Somos el tiempo que nos queda.