En mi aposento, asaltado a veces
por el hosco lebrel
de la esperanza, palpando
entre mis manos su vaho turbador,
juzgo ahora
mi propia aspiración a la alegría.
¿Podrá existir (digo en la noche)
una palabra, la única
sobreviviente, donde pueda
almacenar mis sueños, defenderlos
de toda vanidad, irlos
purificando en mi interior
tiranía callada, reagruparlos
en una misma fuente igualatoria?
Pero estoy solo frente
al llamamiento del mundo: amo
su fundación, vigilo
sus mudanzas, trabajo cada día
en las contestaciones
-de mi propia experiencia, junto
mi vida en un papel.
Y las palabras,
al borde de ser dichas, próximas
ya a mi sueño, pretenden
suplantarme: soy el azar
que se traduce en vano. (Nadie
puede ser el espejo de sí mismo).
Feliz aquél que nunca
puso nombre a su vida.
... Mil veces he intentado
decirte que te quiero,
mas la ardorosa confesión, mi vida,
se ha vuelto de los labios a mi pecho.
¿Por qué, niña? Lo ignoro,
¿Por qué? Yo no lo entiendo,
Son blandas tu sonrisa y tu mirada,
Ni la justicia con sus manos ciegas,
ni la bondad de ojos efímeros,
ni la obediencia entre algodones sucios,
ni el rencor que atenúa
la desesperación de los cautivos,
ni las armas que arrecian por doquier,
podrán ya mitigar esas lerdas proclamas
En mi aposento, asaltado a veces
por el hosco lebrel
de la esperanza, palpando
entre mis manos su vaho turbador,
juzgo ahora
mi propia aspiración a la alegría.
Tú te llamabas Carmen
y era hermoso decir una a una tus letras,
desnudarlas, mirarte en cada una
como si fuesen ramas distintas de alegría,
distintos besos en mi boca reunidos.
Era hermoso saberte con un nombre
que ya me duele ahora entre los labios,
... Entra la noche como un trueno
por los rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos, alcobas, celdas, chozas,
y en los rincones de la boca
entra también la noche.
Ligeramente tumefacta
pero ofrecida con codicia,
llegó la boca hasta el lindero
de la precaria intimidad.
Iban reptando las parejas
que se apiñaban en lo oscuro:
no se miraban, se sumían
en un compendio de sudores,
se convertían en secuaces
La verdinegra tapia que ceñía
el jardín del prostíbulo, en parte decorado
de rótulos obscenos, todavía conserva
los mismos desconchones inclementes,
las mismas mordeduras de musgo y de salitre
que se veían cuando yo era joven
y me asomé a la vida por allí.
La veis un día domingo.
Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado
(no la podéis mirar),
un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos,
pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes
hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,