Amor, primera forma de vivir, escucha: 
¿eres tú la tristeza que enciende mi destino, 
o acaso sólo existes desde un ser que sonríe 
mientras tiemblan sus ojos esperando en los míos remansarse? 
Yo no sé si te tuve, ¡oh amor!, dulce manera de luchar, 
no sé siquiera si alguna vez 
tus vigentes, iniciadas, estremecidas manos 
tejieron en mi piel su táctil alegría. 
Un día -lo recuerdo lo mismo 
que si ahora en mi pecho me llegara el instante-, 
creyó mi corazón que tú lo restañabas, 
que tú te debatías dentro ya de mi cuerpo, 
doblándome la carne, derrotándola en dichas, 
contra la humana tierra de un país hermosísimo. 
Pero escúchame, amor, carnal fuego armonioso, 
escúchame no quieto, no tendido a mis plantas, 
sino allí donde reinas, donde en vuelo dominas, 
¿eras tú quien entonces refulgía en mi boca 
desde otro ser que, amante, me centraba en el gozo? 
Oh, no, no, tú no puedes oírme, tú no puedes hablarme, 
porque aquello que el hombre más quisiera saber 
responde siempre mudo dentro de su belleza. 
Pero yo sí respiro los aires que tú sorbes; 
sé que eres un pájaro que entre nubes desciende 
hasta el lumbror premioso de los trinos, 
o tal vez esta rosa familiar, llameante, 
que derrama en sus pétalos tanta gloria de savias. 
Estás allí, lo sé, bajo la tarde núbil, 
bajo la noche y la mañana que por ti, brilladoras, renacen, 
en los vientos que marchan y regresan un día 
trayendo el mismo aroma virginal de las cumbres. 
Y aquí, sobre esta humana vocación de ser piedra, 
también es tu presencia la que late, 
también es tu ternura, tu flagrante dominio, 
el que enflora de vida los pechos que te ignoran. 
Tú eres la luz de un paraíso donde el dolor se acuña 
al gozo de unos cuerpos que, ávidos, se estrechan, 
que, temblando, se aman bajo copiosos árboles 
en cuya fronda un trino se extasía, 
s0bre la hierba,dulce abatida por un peso de dioses. 
Oh amor, carnal fuego armoni0so, escucha: 
escúchame la voz que por ti besa, 
remózame las manos que acarician teniéndote ceñido, 
abrígate en mi pecho donde tú palpitando me sostienes, 
dame siempre tu forma, amor, tu celeste materia iluminada, 
esa embriaguez con la que un cuerpo dentro de otro agoniza 
por hundir en lo eterno la identidad humana. 
Amor, primera forma de vivir, escucha: 
¿eres tú la tristeza que enciende mi destino, 
o acaso sólo existes desde un ser que sonríe 
mientras tiemblan sus ojos esperando en los míos remansarse? 
Unas palabras son inútiles y otras 
acabarán por serlo mientras 
elijo para amarte más metódicamente 
aquellas zonas de tu cuerpo aisladas 
por algún obstinado depósito 
de abulia, los recodos 
quizá donde mejor se expande 
ese rastro de tedio 
Ningún vestigio tan inconsolable 
como el que deja un cuerpo 
entre las sábanas y más 
cuando la lasitud de la memoria 
ocupa un espacio mayor 
del que razonablemente le corresponde. 
Solícito el silencio se desliza 
por la mesa nocturna, 
rebasa el irrisorio contenido del vaso. 
No beberé ya más hasta tan tarde. 
Otra vez soy el tiempo que me queda. 
Detrás de la penumbra 
yace un cuerpo desnudo 
y hay un chorro de música insidiosa 
  
Vuelvo a la habitación donde estoy solo 
cada noche, almacén de los días 
caídos ya en su espejo naufragable. 
Allí, entre testimonios maniatados, 
yace inmóvil mi vida: sus papeles 
de tornadizo sueño. La madera, 
el temblor de la lámpara, el cristal 
Cuando busco al que fui, qué hacinamiento 
de vacilaciones, atisbos, 
pistas falsas, presagios, averías 
de la memoria, ardides 
neutralizados por la incertidumbre.