La verdinegra tapia que ceñía el jardín del prostíbulo, en parte decorado de rótulos obscenos, todavía conserva los mismos desconchones inclementes, las mismas mordeduras de musgo y de salitre que se veían cuando yo era joven y me asomé a la vida por allí.
Teresa Lavinagre, vieja puta que ya andaba de adolescente en sus comercios por los desmontes de Matafalúa, se hospedó andando el tiempo en esa casa cuyos muros devora el desamparo, antes de que el hipócrita de turno la expulsase de la miseria libre de su reino. Era una mujer hospitalaria y jubilosa, dotada de una magnánima variedad de benevolencias, y ahora se extingue al borde de la playa, cerca de ese antiguo burdel, igual que un bulto devuelto por la marea. Vida dilapidada, corazón decrépito, qué hermosura saber que nunca hizo absolutamente nada para evitar su propio descalabro, Dios mío.
La veis un día domingo. Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado (no la podéis mirar), un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos, pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,
... Entra la noche como un trueno por los rompientes de la vida, recorre salas de hospitales, habitaciones de prostíbulos, templos, alcobas, celdas, chozas, y en los rincones de la boca entra también la noche.
Ningún vestigio tan inconsolable como el que deja un cuerpo entre las sábanas y más cuando la lasitud de la memoria ocupa un espacio mayor del que razonablemente le corresponde.
Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde. Otra vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música insidiosa
Vuelvo a la habitación donde estoy solo cada noche, almacén de los días caídos ya en su espejo naufragable. Allí, entre testimonios maniatados, yace inmóvil mi vida: sus papeles de tornadizo sueño. La madera, el temblor de la lámpara, el cristal
Cuando busco al que fui, qué hacinamiento de vacilaciones, atisbos, pistas falsas, presagios, averías de la memoria, ardides neutralizados por la incertidumbre.