Vuelvo a la habitación donde estoy solo cada noche, almacén de los días caídos ya en su espejo naufragable. Allí, entre testimonios maniatados, yace inmóvil mi vida: sus papeles de tornadizo sueño. La madera, el temblor de la lámpara, el cristal visionario, los frágiles oficios de los muebles, guardan bajo sus apariencias el continuo regresar de mis años, la espesura tenaz de mi memoria, toda la confluencia simultánea de torrenciales cifras que me inundan.
Mundo recuperable, lo vivido se congrega impregnando las paredes donde de nuevo nace lo caduco. Reconstruidas ráfagas de historia juntan el porvenir que soy. Oh habitaci6n a oscuras, súbitamente diáfana bajo el fanal del tiempo repetible.
Suenan rastros de luz allá en la noche. Estoy solo y mis manos ya denegadas, ya ofrecidas, tocan papeles (este amor, aquel sueño), olvidadas siluetas, vaticinios perdidos. Allí mi vida a golpes la memoria me orada cada día.
Imagen ya de mi exterminio, se realiza de nuevo cuanto ha muerto. Mi propia profecía es mi memoria: mi esperanza de ser lo que ya he sido.
Cuando busco al que fui, qué hacinamiento de vacilaciones, atisbos, pistas falsas, presagios, averías de la memoria, ardides neutralizados por la incertidumbre.
Unas palabras son inútiles y otras acabarán por serlo mientras elijo para amarte más metódicamente aquellas zonas de tu cuerpo aisladas por algún obstinado depósito de abulia, los recodos quizá donde mejor se expande ese rastro de tedio
La veis un día domingo. Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado (no la podéis mirar), un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos, pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,
... Entra la noche como un trueno por los rompientes de la vida, recorre salas de hospitales, habitaciones de prostíbulos, templos, alcobas, celdas, chozas, y en los rincones de la boca entra también la noche.
Ningún vestigio tan inconsolable como el que deja un cuerpo entre las sábanas y más cuando la lasitud de la memoria ocupa un espacio mayor del que razonablemente le corresponde.
Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde. Otra vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música insidiosa