... Mil veces he intentado 
decirte que te quiero, 
mas la ardorosa confesión, mi vida, 
se ha vuelto de los labios a mi pecho. 
¿Por qué, niña? Lo ignoro, 
¿Por qué? Yo no lo entiendo, 
Son blandas tu sonrisa y tu mirada, 
dulce es tu voz, y al escucharla tiemblo. 
Ni al verte estoy tranquilo, 
ni al hablarte sereno, 
busco frases de amor y nos la hallo. 
No sé si he de ofenderte y tengo miedo. 
Callando, pues, me vivo 
y amándote en silencio, 
sin que jamás en tus dormidos ojos 
sorprenda de pasión algún destello. 
Dime si me comprendes, 
si amarte no merezco. 
Di si una imagen en el alma llevas... 
Mas no... no me lo digas... ¡tengo miedo! 
Pero si el labio calla, 
con frases de los cielos 
deja, mi vida, que tus ojos digan 
a mis húmedos ojos... ya os entiendo. 
Deja escapar el alma 
los rítmicos acentos 
de esa vaga armonía, cuyas notas 
tiene tan sólo el corazón por eco. 
Deja al que va cruzando 
por áspero sendero, 
que si no halla la luz en la ventana, 
tenga la luz de la esperanza al menos. 
Callemos en buena hora 
pues que al hablarte tiemblo, 
mas deja que las almas, uno a uno, 
se cuenten con los ojos sus secretos... 
Dejemos que se digan 
en ráfagas de fuego 
confidencias que escuche el infinito 
frases mudas de encanto y de misterio. 
Dejemos, si lo quieren, 
que estallen en un beso, 
beso puro que engendren las miradas 
y suba sin rumor hasta los cielos. 
Dime así que me entiendes, 
que sientes lo que siento, 
que es el porvenir de luz y flores 
y que tan bello porvenir es nuestro. 
Di que verme a tus plantas 
es de tu vida el sueño, 
dime así cuanto quieras.... cuanto quieras. 
De que me hables así... no tengo miedo. 
La veis un día domingo. 
Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado 
(no la podéis mirar), 
un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos, 
pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes 
hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños, 
  
Vuelvo a la habitación donde estoy solo 
cada noche, almacén de los días 
caídos ya en su espejo naufragable. 
Allí, entre testimonios maniatados, 
yace inmóvil mi vida: sus papeles 
de tornadizo sueño. La madera, 
el temblor de la lámpara, el cristal 
Cuando busco al que fui, qué hacinamiento 
de vacilaciones, atisbos, 
pistas falsas, presagios, averías 
de la memoria, ardides 
neutralizados por la incertidumbre. 
Unas palabras son inútiles y otras 
acabarán por serlo mientras 
elijo para amarte más metódicamente 
aquellas zonas de tu cuerpo aisladas 
por algún obstinado depósito 
de abulia, los recodos 
quizá donde mejor se expande 
ese rastro de tedio 
Ningún vestigio tan inconsolable 
como el que deja un cuerpo 
entre las sábanas y más 
cuando la lasitud de la memoria 
ocupa un espacio mayor 
del que razonablemente le corresponde. 
Solícito el silencio se desliza 
por la mesa nocturna, 
rebasa el irrisorio contenido del vaso. 
No beberé ya más hasta tan tarde. 
Otra vez soy el tiempo que me queda. 
Detrás de la penumbra 
yace un cuerpo desnudo 
y hay un chorro de música insidiosa