Unas palabras son inútiles y otras acabarán por serlo mientras elijo para amarte más metódicamente aquellas zonas de tu cuerpo aisladas por algún obstinado depósito de abulia, los recodos quizá donde mejor se expande ese rastro de tedio que circula de pronto por tu vientre,
y allí pongo mi boca y hasta la intempestiva cama acuden las sombras venideras, se interponen entre nosotros, dejan un barrunto de fiebre y como un vaho de exudación de sueño y otras cavernas vespertinas,
y ya en lo ambiguo de la noche escucho la predicción de la memoria: dentro de ti me aferro igual que recordándote, subsisto como la espuma al borde de la espuma mientras se activa entre los cuerpos la carcoma voraz de estar a solas.
La veis un día domingo. Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado (no la podéis mirar), un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos, pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,
Ningún vestigio tan inconsolable como el que deja un cuerpo entre las sábanas y más cuando la lasitud de la memoria ocupa un espacio mayor del que razonablemente le corresponde.
Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde. Otra vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música insidiosa
Vuelvo a la habitación donde estoy solo cada noche, almacén de los días caídos ya en su espejo naufragable. Allí, entre testimonios maniatados, yace inmóvil mi vida: sus papeles de tornadizo sueño. La madera, el temblor de la lámpara, el cristal
Cuando busco al que fui, qué hacinamiento de vacilaciones, atisbos, pistas falsas, presagios, averías de la memoria, ardides neutralizados por la incertidumbre.
Unas palabras son inútiles y otras acabarán por serlo mientras elijo para amarte más metódicamente aquellas zonas de tu cuerpo aisladas por algún obstinado depósito de abulia, los recodos quizá donde mejor se expande ese rastro de tedio