Profecía de tu piel maravillosa, de Juan Antonio González Iglesias | Poema

    Poema en español
    Profecía de tu piel maravillosa

    Aunque nada sostiene la esperanza que canto 
    yo sumo aquí las sílabas del amor que te tengo 
    casi a tientas y pido que su fuego y su música 
    prendan el ruiseñor prisionero en tu torso. 

    Creo en un día soleado, mi esperanza lo siente 
    o lo quiere o lo teme o muere porque sea 
    cercano al fin sencillo como el puño de un niño. 
    Creo en el día luminoso en el que tú te rindas. 

    Podré atenerme entonces a tu piel verdadera. 

    Serás tú convertido en materia dulcísima. 
    Serás tú bajo forma de la forma preciosa 
    de tu cuerpo, en especie de sol y de hermosura. 
    Serás los treinta y siete grados maravillosos 
    que tu temperatura imprimirá en mis labios 
    y tu cuerpo será la mejor certidumbre. 

    Tú lo curarás todo, todo lo harás volverse 
    ceguera y luz de amor en la memoria nueva. 
    Las tardes solitarias, la verdad de las lágrimas 
    serán tan sólo suma de amor deslumbradora. 

    Fulgurará tu peso sobre mí repartido 
    miembro a miembro sellándome con tu forma adorada, 
    y el esplendor que irradian todas tus proporciones 
    traspasará los límites de mi piel hasta hacerme 
    hermano para siempre de la hermosura tuya. 

    En tu gemir rendido y en tu animal furioso 
    me será revelada la luz de tu persona. 
    Tu forma de abrazarme y el modo de tus besos 
    darán sentido al nombre que te dieron tus padres. 
    Y yo que no soy nada probaré la ternura 
    que tienes cuando entregas tu ejército vencido. 

    Pero antes, antes, antes, abriendo, inaugurando 
    más bello y silencioso que los amaneceres 
    de la historia del mundo, no sé de qué manera 
    tú me dirás que sí y me darán tus ojos 
    la entrada, y lo que era a fuerza de soñarte 
    pelo tuyo, ojos tuyos, ojalá que no haya 
    nada tras el instante en el que tú te entregues. 
    No prosiga la vida su tejido confuso. 

    Entonces será dulce temblar ante tu piel 
    y morir, y acercarme, y sentir solamente 
    esa extensión suave de Dios entre mis manos.