Introducción, de Juan Eduardo Cirlot | Poema

    Poema en español
    Introducción

    Todos los pasos tienen la forma del pasado, 
    la forma de las formas donde todo se muere 
    cayendo en su recinto de plata desbordada, 
    elegida en el borde de las sombras azules. 

    Debajo de los días de mis contestaciones 
    a todas las murallas que la noche reparte 
    en torno a mi tristeza de roto alucinado 
    donde el sol no golpea con sus labios en flor. 

    Debajo de esas causas de elemento remoto: 
    de esos pasos perdidos que mis manos soportan, 
    escribo dulcemente con el rostro vertido 
    hacia la extensa tierra que se eleva ante mí. 

    Es una tierra lenta de rosas muy oscuras, 
    una tierra de nombres y puñados de vidrio, 
    una tierra de grana con estaño incendiario, 
    una tierra de paja con trenzas de aceite. 

    Todos sus movimientos me consultan ardiendo, 
    todas sus invasiones se me acercan de pronto; 
    cuando de mi agonía resurjo hacia las calles 
    y paso por mis sangres escucho sus lamentos. 

    Voy a estar concordando las cuerdas de esa luz 
    que el aire petrifica rondándome los ojos. 
    Voy a poner sus arpas encima de mi mesa 
    donde escribo despacio su forma desgraciada. 

    Son rediles de polvo mezclado con topacios, 
    pescados hacinados sobre la cal deshecha 
    son hombros de jacintos y caderas de sábana 
    donde todo amontona su rumor de maderos. 

    Todos los pasos tienen la forma del pasado; 
    de un pasado sin boca para besar la orilla 
    de otra existencia hermosa que nunca se ha tenido 
    a pesar de las fiestas del corazón en llamas. 

    Entonces a lo largo de mi paciencia nacen 
    las tibias caravanas de las blancas cisternas, 
    los amores redondos de los pozos ocultos, 
    las banderas inscritas en le mármol salvaje. 

    Miro con mis recuerdos la zona de ese campo 
    en el que un gran sollozo persiste de rodillas. 
    Desde la tarde o noche donde un árbol violeta 
    esparce su mirada, también contemplo el tiempo. 

    Miro su vestidura de brillo y crisantemos, 
    su peligrosa fuerza de ventana cortada, 
    su pensamiento vivo creciendo con las zarzas 
    entre las alabanzas de los cánticos solos. 

    Debajo de esas causas de elemento perdido 
    hay una tierra suave que palpita ante mí. 
    Es una tierra echada sobre su propio vientre 
    lleno de estrellas negras y de voces lejanas. 

    Cuando todo lo mío se muere y despedaza 
    partido por el ansia de lo que me traiciona, 
    del crimen cometido por mí contra mis cielos 
    yo miro ese terreno de temblor y ternura. 

    Escribo para oírme vivir sobre sus tersas 
    orillas renacidas en un sarcófago rojo. 
    De sus sonidos de oro tomo mis instrumentos 
    hechos de siemprevivas y cabellos heridos. 

    Todos los pasos tienen la forma del pasado 
    donde todo se ahonda cayendo hacia el amor, 
    que es la perfecta nada de todo lo que canta 
    con la mirada aguda que el diamante describe. 

    Ya sé que me repito como un muerto que avanza 
    desde sus pobres ropas deshechas y en la sombra, 
    hacia la caja enorme donde el mundo le estrecha 
    para guardar la esencia de su ser miserable. 

    No me importa la gloria que grita en las paredes 
    con garfios de tormento la aurora de los días. 
    No obstante, reconozco la causa de mi origen 
    atado a la salmodia de los nombres que crujen. 

    Debo cantar las ansias de la roca extasiada, 
    las ansias de los peces que lloran su océano, 
    las ansias de los signos escritos con zafiros 
    en las llagas inmensas de las naciones secas. 

    No me importa la gloria, pero adoro mi voz; 
    mi voz hecha de torres y relámpagos negros 
    mi voz de combatiente por una guerra antigua, 
    mi voz de sacerdote con ojos de jaguar. 

    Es donde mi tristeza se transforma en países, 
    en lo que todo estalla en floras de riquezas, 
    en las que me sumerjo con las venas abiertas 
    para llenar mi espalda de tatuajes eternos.