Regina tenebrarum, de Juan Eduardo Cirlot | Poema

    Poema en español
    Regina tenebrarum

    Ira, suma, lira, ¿será rimar? 

    Como si los leones devorasen tu cuerpo, y tu sanrgre 
    corriera sobre el mármol escaso. 
    Así te miro, pensando 
    en el sagrado día de tu muerte, 
    cuando un sepulcro inmenso beberá tu hermosura 
    quemada por el tiempo. 
    Habrás sido una música ciega en lo alto de un muro. 
    Mi larga maldición te pertenece como tus propios huesos, 
    llévatela contigo a la tierra. 
    Tenebrosa, ¿de qué te sirve tanto oro 
    confundido con plata? 
    No podré ver tu muerte, comprobar tu agonia; 
    sólo tendré una escueta noticia inacabada. 
    la certidumbre del lugar ocupado por tus «restos» 
    y la seguridad mayor de que no he de nombrarte 
    cuando me refiere a mis ángeles clarividentes, erguidos. 

    Los trozos de tu cuerpo estarán en mi recuerdo, 
    no entre las garras de las fieras. 
    Tu fragancia infernal aún será mía. 
    Las letras de tu nombre descompuesto formarán otros nombres 
    y en la pradera violeta crecerán otras torres 
    en los atardeceres prolongados por la sed hacia el pozo 
    donde tú, entonces, vivías 
    cuando el cielo era rojo y los árboles escarlatas crecían. 
    Así acontece ya con cada instante. 
    El sonido es la muerte que todavía resiste 
    y levanta, sin manos, un gesto hacia lo vivo. 
    Oye mi corazón; se está moviendo. 
    Y esta música horrenda que no le conmueve soy yo. 

    Ven a verme llorar, 
    no lloro con los ojos ni con el pensamiento; 
    lloro con las entrañas, con los dedos quemados, 
    con la frente rajada por cuchillos 
    y con la llaga en llamas que yo todo soy. 
    Desciende del palacio, ven 
    a verme llorar. 

    Verás un monasterio cuando se despedaza 
    y verás dos mil años en sólo unos momentos, 
    o en un tiempo tan largo que la historia del mundo 
    no llena su interior. 
    (Allí dejamos sólo 
    un corazón abierto. 
    El árbol aún hablaba 
    cuando ya no era nada 
    en el campo monótono. ) 
    Schoenberg está loco en el jardín de mi casa interior 
    Los jacintos aún florecen en la noche del África. 
    Dejadme, suplicó aquel mendigo. 
    Lo dejaron sin brazos, sin labios y sin ojos. 
    Yo tengo que recoger su espíritu, 
    bajarlo de la cruz, 
    y llevarlo a la cumbre de esta Tierra maldita. 
    Necesito las hachas brillantes, el punzón 
    que se clave en el centro de lo Negro. 
    Yo fui dorado como la nube al sol 
    o como la corona del monarca apresurado 
    a sentarse en su trono. 
    ¿Dónde está mi draconario? 
    Las galeras han muerto, las torres 
    gimen en aglomeraciones de cenizas 
    y sus manos se agiten en un aire abrasado. 
    ¿En qué guerra me podría salvar 
    entre esta turbamulta horrible de cristianos siniestros? 

    ¡Violentos, venid! 
    Dentro de le dulzura se vierte lo corrupto 
    y los tejidos cantan un halo segregado. 
    Heridas sobrenadan, 
    hierbas, cruces. 
    Y el cabo de la rosa se repite el sudario. 
    Todos los cauces hablan con sus más grises bocas, 
    las rondas de las rocas viven bajo la tierra. 
    Oh, jardín 
    oye tu propia voz clavada en un pedazo 
    de inoíble papel. 
    Óyela y llora. 

    (Al amanecer, me aproximo al gran Valle perdido como si fuese un gigante de piedra. ) 

    Dime, belleza, 
    ¿dónde te ocultarás cuando no exista este sonido 
    al que, feroz, te aferras? 
    ¿Sabes lo que es el mar? Piensa. 
    Un día 
    vi una llaga horrorosa. 
    Parecía una flor, una torre, un extenso 
    pisaisaje bajo un sol de plomo. 
    Le pregunté: ¿Quién eres? 
    Me contestó un sonido sin habla, 
    un lamento que aún oigo sin oírlo, 
    un gemido sin letras. Pero creo 
    que mi nombre decía. 
    Es como si, de pronto, 
    mis heridas hablaran 
    y los ramos violetas que envuelven mi corazón 
    temblasen en la cabeza blanca del cementerio, así 
    una música absorta se eleva de las casas 
    e intenta retornar hacia el ave secreta 
    que te deshace lejos. 
    En la montaña abierta de par en par. 
    en aquella celeste puerta por la que ya no pasamos, 
    nuestras imágenes lanzan gritos agudos 
    y semejan relieves de cristal y de acero, 
    un Géminis de sangre. 
    Como si los paisajes fueran cerrojos 
    y tus manos la rosa inmensa que tapia los cielos; 
    así me acerco en silencio a tu gigantesco recuerdo, 
    mientras los lobos gimen en torno mío 
    y una esvástica negra 
    persigna mi frente donde siempre persistes 
    y donde te transformas en una fuente alada. 
    Pero la Oscuridad es tu dominio y por eso 
    me voy oscureciendo, Regina 
    Tenebrarum. 
    ¿Dónde estará nuestro reino?