Los brazos de los doce olmos desnudos, mis olmos, mis amigos naturales, me abrazan negros, blancos. Nieva. ¡Y qué abrazo de bosque el de estos doce olmos, en este olmo primero, junto a mí!
¡La melodía, blanca, negra, en negro blanco abrazo; frío y cálido abrazo, como el del perro, el animal que viene vaheando; el blanco y negro estar a gusto aquí desnudo, aunque vestido; la unidad de lo blanco con lo negro solos, dos negros con dos blancos; la eternidad desnuda blanca, negra; bosque mío de olmos con la nieve!
Y al fin, levanto más mis brazos y los abro y me abrazo a los olmos en el olmo, en su total de ramas desnudas blancas negras; esta vibrante y armoniosa sinfonía de ramas en enlace sucesivo; bosque hecho abrazo con la nieve; y me cierro con él, en un abrazo inmenso, desnudo de blancura y de negrura, un bosque natural de ser y ser en un abrazo natural de amor, con mi ser natural desnudo de árbol hombre.
¿Nada todo? Pues ¿y este gusto entero de entrar bajo la tierra, terminado igual que un libro bello? ¿Y esta delicia plena de haberse desprendido de la vida, como un fruto perfecto, de su rama? ¿Y esta alegría sola de haber dejado en lo invisible