Señor, matadme, si queréis. (Pero, señor, ¡no me matéis!) Señor dios, por el sol sonoro, por la mariposa de oro, por la rosa con el lucero, los corretines del sendero, por el pecho del ruiseñor, por los naranjales en flor, por la perlería del río, por el lento pinar umbrío, por los recientes labios rojos de ella y por sus grandes ojos... ¡Señor, Señor, no me matéis! (...Pero matadme, si queréis)
Le han puesto al niño un vestido absurdo, loco, ridículo; le está largo y corto; gritos de colores le han prendido por todas partes. Y el niño se mira, se toca, erguido. Todo le hace reír al mico, las manos en los bolsillos…
¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía! Se me torna celeste la mano, me contagio de otra poesía Y las rosas de olor, que pongo como ella las ponía, exaltan su color; y los bellos cojines, que pongo como ella los ponía, florecen sus jardines;
Novia del campo, amapola que estás abierta en el trigo; amapolita, amapola ¿te quieres casar conmigo? Te daré toda mi alma, tendrás agua y tendrás pan. Te daré toda mi alma, toda mi alma de galán. Tendrás una casa pobre,