Viento negro, luna blanca. Noche de Todos los Santos. Frío. Las campanas todas de la tierra están doblando.
El cielo, duro. Y su fondo da un azul iluminado de abajo, al romanticismo de los secos campanarios.
Faroles, flores, coronas —¡campanas que están doblando!— ...Viento largo, luna grande, noche de Todos los Santos.
...Yo voy muerto, por la luz agria de las calles; llamo con todo el cuerpo a la vida; quiero que me quieran; hablo a todos los que me han hecho mudo, y hablo sollozando, roja de amor esta sangre desdeñosa de mis labios.
¡Y quiero ser otro, y quiero tener corazón, y brazos infinitos, y sonrisas inmensas, para los llantos aquellos que dieron lágrimas por mi culpa! ... Pero, ¿acaso puede hablar de sus rosales un corazón sepulcrado? —¡Corazón, estás bien muerto! ¡Mañana es tu aniversario!—
Sentimentalismo, frío. La ciudad está doblando. Luna blanca, viento negro. Noche de Todos los Santos.
La niña sonríe: «¡Espera, voy a cojer la muleta!» Sol y rosas. La arboleda movida y fresca, dardea limpias luces verdes. Gresca de pájaros, brisas nuevas. La niña sonríe: «¡Espera, voy a cojer la muleta!» Un cielo de ensueño y seda,
Le han puesto al niño un vestido absurdo, loco, ridículo; le está largo y corto; gritos de colores le han prendido por todas partes. Y el niño se mira, se toca, erguido. Todo le hace reír al mico, las manos en los bolsillos…