Malvas, rosadas, celestes,
las florecillas del campo
esmaltan la orilla azul
del arroyo solitario.
Parece como si una
niña perdida en el prado,
con sus ojos dulces las
hubiese ido regando…
La brisa juega con ellas…
¡Oh, qué olor! Un dulce bálsamo
se derrama sobre el alma
taladrada de cuidados;
y, un instante, se la lleva
plácidamente a un remanso
donde sueña eternidades
el diamante soleado.
Tiene el alma, el aire de oro,
de las estrellas del campo;
celestes, rosadas, malvas,
sus sombras pasan soñando…
He venido por la senda,
con un ramito de rosas
del campo.
Tras la montaña,
nacía la luna roja;
la suave brisa del río
daba frescura a la sombra;
un sapo triste cantaba
en su flauta melodiosa
sobre la colina había
una estrella melancólica…
He venido por la senda,
con un ramito de rosas.