¡No estás en ti, belleza innúmera, que con tu fin me tientas, infinita, a un sinfín de deleites!
¡Estás en mí, que te penetro hasta el fondo, anhelando, cada instante, traspasar los nadires más ocultos!
¡Estás en mí, que tengo en mi pecho la aurora y en mi espalda el poniente —quemándome, trasparentándome en una sola llama—; estás en mí, que te entro en tu cuerpo mi alma insaciable y eterna!
La niña sonríe: «¡Espera, voy a cojer la muleta!» Sol y rosas. La arboleda movida y fresca, dardea limpias luces verdes. Gresca de pájaros, brisas nuevas. La niña sonríe: «¡Espera, voy a cojer la muleta!» Un cielo de ensueño y seda,