Hombres en flor -corbatas variadas, primores de domingo-: mi alma ¿qué es ante vuestro traje? Jueces de paz, peritos agrícolas, doctores, perdonad a este humilde ruiseñor del paisaje.
Yo no quisiera molestaros nunca, cantando... Ved: este ramo blanco de rosas del ensueño puede hacer una música melancólica, cuando sonreís con los labios; pero yo no os desdeño.
¿Qué es mi voz ante vuestra decorada levita? ¿Vale, acaso, la pena una triste sonata que achica las orejas; o una estrella marchita que volara, qué es para vuestra corbata?
¡Y tú, ruiseñor mío, endulza tu tristeza, enciérrate en tu selva, florécete y olvida, sé igual que un muerto, y dile, llorando, a la belleza que has sido como un huérfano en medio de la vida!
¿Nada todo? Pues ¿y este gusto entero de entrar bajo la tierra, terminado igual que un libro bello? ¿Y esta delicia plena de haberse desprendido de la vida, como un fruto perfecto, de su rama? ¿Y esta alegría sola de haber dejado en lo invisible