Iba tocando mi flauta a lo largo de la orilla; y la orilla era un reguero de amarillas margaritas.
El campo cristaleaba tras el temblor de la brisa; para escucharme mejor el agua se detenía.
Notas van y notas vienen, la tarde fragante y lírica iba, a compás de mi música, dorando sus fantasías, y a mi alrededor volaba, en el agua y en la brisa, un enjambre doble de mariposas amarillas.
La ladera era de miel, de oro encendido la viña, de oro vago el raso leve del jaral de flores níveas; allá donde el claro arroyo da en el río, se entreabría un ocaso de esplendores sobre el agua vespertina...
Mi flauta con sol lloraba a lo largo de la orilla; atrás quedaba un reguero de amarillas margaritas...
¿Nada todo? Pues ¿y este gusto entero de entrar bajo la tierra, terminado igual que un libro bello? ¿Y esta delicia plena de haberse desprendido de la vida, como un fruto perfecto, de su rama? ¿Y esta alegría sola de haber dejado en lo invisible