Los ruidos normales después de las catástrofes, golpes aquí y allá, como reconvenciones o como caricias, en las cosas que fueron causantes o causadas.
Atrevimientos, poco a poco, a la salida, a la espansión, al orden, a la revisión triste (triste siempre).
Aquí y allá, un respiro; un sonarse el llorar; la afable voz (flor de la frente) que piensa cómo aquello pudo haber sucedido a quien, todos los días, a lo que cada día usábamos, tratábamos con la destemplanza.
Roces unidos, un momento, de seres y de cosas, sobre ruinas o sobre vacíos, para incluirnos, todo, con lo altivo intacto, en el olvidador refujio físico o moral del tiempo nuevo.
¿Nada todo? Pues ¿y este gusto entero de entrar bajo la tierra, terminado igual que un libro bello? ¿Y esta delicia plena de haberse desprendido de la vida, como un fruto perfecto, de su rama? ¿Y esta alegría sola de haber dejado en lo invisible