¡No estás en ti, belleza innúmera, que con tu fin me tientas, infinita, a un sinfín de deleites!
¡Estás en mí, que te penetro hasta el fondo, anhelando, cada instante, traspasar los nadires más ocultos!
¡Estás en mí, que tengo en mi pecho la aurora y en mi espalda el poniente —quemándome, trasparentándome en una sola llama—; estás en mí, que te entro en tu cuerpo mi alma insaciable y eterna!
El amor, a qué huele? Parece, cuando se ama, que el mundo entero tiene rumor de primavera. Las hojas secas tornan y las ramas con nieve, y él sigue ardiente y joven, oliendo a rosa eterna.
«En fondo de aire» (dije) «estoy», (dije) «soy animal de fondo de aire» (sobre tierra), ahora sobre mar; pasado, como el aire, por un sol que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina con su carbón el ámbito segundo destinado.
Los brazos de los doce olmos desnudos, mis olmos, mis amigos naturales, me abrazan negros, blancos. Nieva. ¡Y qué abrazo de bosque el de estos doce olmos, en este olmo primero, junto a mí!
Abril venía, lleno todo de flores amarillas: amarillo el arroyo, amarillo el vallado, la colina, el cementerio de los niños, el huerto aquel donde el amor vivía.