Al fin nos hallaremos. Las temblorosas manos apretarán, suaves, la dicha conseguida, por un sendero solo, muy lejos de los vanos cuidados que ahora inquietan la fe de nuestra vida.
Las ramas de los sauces mojados y amarillos nos rozarán las frentes. En la arena perlada, verbenas llenas de agua, de cálices sencillos, ornarán la indolente paz de nuestra pisada.
Mi brazo rodeará tu mimosa cintura, tú dejarás caer en mi hombro tu cabeza, ¡y el ideal vendrá entre la tarde pura, a envolver nuestro amor en su eterna belleza!
¿Nada todo? Pues ¿y este gusto entero de entrar bajo la tierra, terminado igual que un libro bello? ¿Y esta delicia plena de haberse desprendido de la vida, como un fruto perfecto, de su rama? ¿Y esta alegría sola de haber dejado en lo invisible