Recuerdo que cuando niño me parecía mi pueblo una blanca maravilla, un mundo mágico, inmenso; las casas eran palacios y catedrales los templos; y por las verdes campiñas iba yo siempre contento, inundado de ventura al mirar el limpio cielo, celeste como mi alma, como mi alma sereno, creyendo que el horizonte era de la tierra el término. No veía en su ignorancia mi inocente pensamiento, otro mundo más hermoso que aquel mundo de mi pueblo; ¡qué blanco, qué blanco todo!, ¡todo qué grande, qué bello!
Recuerdo también que un día en que regresé a mi pueblo después de largos viajes, me pareció un cementerio; en su mezquina presencia se agigantaba mi cuerpo; las casas no eran palacios ni catedrales los templos, y en todas partes reinaban la soledad y el silencio. Extraña impresión sentía buscando en mi pensamiento la memoria melancólica de aquellos felices tiempos en que no soñaba un mundo como el mundo de mi pueblo.
¡Cuántas veces, entre lágrimas con mis blancos días sueño, y reconstruyo en mi mente la visión de aquellos tiempos!
¡Ay!, ¡quién de nuevo pudiera encerrar el pensamiento en su cárcel de ignorancia!, ¡quién pudiera ver de nuevo el mundo más sonriente en el mundo de mi pueblo!
Juan Ramón Jiménez (1881-1958) es un autor esencial para la poesía en lengua española. Sus propuestas estéticas marcan una línea divisoria entre el Romanticismo de Espronceda y Bécquer, bajo cuya influencia escribe sus primeros versos, y el Modernismo y las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX. Deslumbran en su poesía el rico caudal de sus luminosas imágenes y la profundidad conceptual y simbólica de sus versos. El exilio en América durante las décadas de los cuarenta y cincuenta enriquece su poesía, la cual adquiere una dimensión cósmica y mística sin precedentes en la tradición española. No en vano fue Premio Nobel de Literatura en 1956 por el conjunto de su obra.
¿Nada todo? Pues ¿y este gusto entero de entrar bajo la tierra, terminado igual que un libro bello? ¿Y esta delicia plena de haberse desprendido de la vida, como un fruto perfecto, de su rama? ¿Y esta alegría sola de haber dejado en lo invisible