Río de cristal dormido y encantado; dulce valle, dulces riberas de álamos blancos y de verdes sauces…
El valle tiene un ensueño y un corazón sueña y sabe dar con su sueño un son triste de flautas y de cantares. Río encantado; las ramas soñolientas de los sauces, en los remansos dormidos besan los claros cristales.
Y el cielo es plácido y dulce, un cielo bajo y flotante que con su bruma de plata va acariciando los árboles.
Mi corazón ha soñado con la ribera y el valle, y ha llegado hasta la orilla dormida para embarcarse; pero al pasar por la senda, lloró de amor, con un aire viejo, que estaba cantando no sé quién por otro valle.
¿Nada todo? Pues ¿y este gusto entero de entrar bajo la tierra, terminado igual que un libro bello? ¿Y esta delicia plena de haberse desprendido de la vida, como un fruto perfecto, de su rama? ¿Y esta alegría sola de haber dejado en lo invisible