En ti estás todo, mar, y sin embargo, ¡qué sin ti estás, qué solo, qué lejos, siempre, de ti mismo!
Abierto en mil heridas, cada instante, cual mi frente, tus olas van, como mis pensamientos, y vienen, van y vienen, besándose, apartándose, con un eterno conocerse, mar, y desconocerse.
Eres tú, y no lo sabes, tu corazón te late y no lo sientes... ¡Qué plenitud de soledad, mar solo!.
Nadie más. Abierto todo. Pero ya nadie faltaba. No eran mujeres, ni niños, no eran hombres, eran lágrimas — ¿quién se podía llevar la inmensidad de sus lágrimas?—
Si yo, por ti, he creado un mundo para ti, dios, tú tenías seguro que venir a él, y tú has venido a él, a mí seguro, porque mi mundo todo era mi esperanza.