Viento negro, luna blanca. Noche de Todos los Santos. Frío. Las campanas todas de la tierra están doblando.
El cielo, duro. Y su fondo da un azul iluminado de abajo, al romanticismo de los secos campanarios.
Faroles, flores, coronas —¡campanas que están doblando!— ...Viento largo, luna grande, noche de Todos los Santos.
...Yo voy muerto, por la luz agria de las calles; llamo con todo el cuerpo a la vida; quiero que me quieran; hablo a todos los que me han hecho mudo, y hablo sollozando, roja de amor esta sangre desdeñosa de mis labios.
¡Y quiero ser otro, y quiero tener corazón, y brazos infinitos, y sonrisas inmensas, para los llantos aquellos que dieron lágrimas por mi culpa! ... Pero, ¿acaso puede hablar de sus rosales un corazón sepulcrado? —¡Corazón, estás bien muerto! ¡Mañana es tu aniversario!—
Sentimentalismo, frío. La ciudad está doblando. Luna blanca, viento negro. Noche de Todos los Santos.
Juan Ramón Jiménez (1881-1958) es un autor esencial para la poesía en lengua española. Sus propuestas estéticas marcan una línea divisoria entre el Romanticismo de Espronceda y Bécquer, bajo cuya influencia escribe sus primeros versos, y el Modernismo y las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX. Deslumbran en su poesía el rico caudal de sus luminosas imágenes y la profundidad conceptual y simbólica de sus versos. El exilio en América durante las décadas de los cuarenta y cincuenta enriquece su poesía, la cual adquiere una dimensión cósmica y mística sin precedentes en la tradición española. No en vano fue Premio Nobel de Literatura en 1956 por el conjunto de su obra.
¿Nada todo? Pues ¿y este gusto entero de entrar bajo la tierra, terminado igual que un libro bello? ¿Y esta delicia plena de haberse desprendido de la vida, como un fruto perfecto, de su rama? ¿Y esta alegría sola de haber dejado en lo invisible