Este amor que se va, que se me pierde, esta oscura certeza de vacío: mi corazón, mi corazón ya es mío sin nada que le implore ni recuerde.
De pronto, vuelve a ser un fruto verde sin madurez, ni aroma en el rocío: ay del que quiere apresurar su estío, ay de aquél que lo besa o que lo muerde.
Yo sé que algo persiste, todavía. Pero no existen ya ni la alegría ni la embriaguez radiante ni la lumbre
ardiendo en la mirada y en los labios. Ni exaltación ni búsqueda ni agravios: apenas una cálida costumbre.
No es el amor, lo sé, pero es de noche y yo estoy sola, frente al mar que espera con las uñas viscosas de sus algas y el sello de la sal sobre sus piedras: sin cesar, desde el agua y las espumas mil ramajes de brazos me recuerdan que aguardan todavía
Tú duermes, ya lo sé. Te estoy velando. No importa que estés lejos, que no escuche tu cadencia en la sombra; no importa que no pueda pasar mi mano sobre tu cabeza, tus sienes y tus hombros.