Portas faxeiras, de Julia Uceda | Poema

    Poema en español
    Portas faxeiras

    Perdida en un café de esta ciudad de niebla 
    y de soslayo, oyendo una música vieja que no sé dónde 
    oí, respondo a esa canción, a ese olvidado 
    lugar, que no envolvieron, respondo, no, 
    que no envolvieron las sombras a la vida. Más diré 
    quienes fueron llegando por la senda 
    de los últimos pasos: sembrador de ceniza, 
    pasó primero el tiempo: la ciudad de la nieve, 
    la del helecho ensangrentado, la de la piedra temblorosa. 
    (Una bombilla 
    cuelga de su cordón. Nunca 
    vestida, 
    es siempre la señal para salir.) 

    Vinieron los anuncios, las voces divergentes, 
    más pares de zapatos cada año, 
    más blusas, más abrigos: la montaña 
    difusa que me hizo y destruí. 
    Dejé mi taza a un lado, 
    mis sombras, mis cepillos, todo eso 
    que se fue amontonando a mis espaldas 
    y quedarme en la luz bajo la luz 
    -esa que cuelga del cordón desnudo-, 
    del sitio en que no cae la ceniza 
    y se reparte 
    lo igual, que luego iría a repetirse 
    y a ser gemelo en todo los reflejos: 
    cajas y cajas con lo mismo, dentro 
    una de otra hasta el color menudo 
    que no se puede abrir y queda en montoncito 
    sin misterio, del lado en que no cae ni se vierte 
    el agua. Besa el arco 
    bilabial del cristal y su sonido 
    lo mismo que la lluvia besa el borde 
    y el liquen de estas piedras en que ahora 
    los que vienen de paso... 
    Sobre estas piedras que rezuman agua, 
    en estos campos que rezuman 
    agua: agua que de ellos viene 
    y sube al agua 
    del cielo en el que el agua llueve. 
    Dejé mi taza a un lado: 
    de la casa los sitios que no usé 
    -sillas, ángulos, huecos 
    vertidos a la luz, a la ondulada 
    mansedumbre del verde y su cautela; 
    piedad de las esquinas, ausencia de los pasos 
    que nunca di por el paciente suelo. 
    La casa y su silencio con el sol de otra parte 
    rasgando esta penumbra; los dragones 
    dormidos en los signos de las páginas; 
    la ausencia de los ojos 
    que el tiempo ha desprendido de las cosas, vigilia 
    serena de la luna en el cristal. La casa 
    y su lenta ascensión- vienen en ahora, 
    con las blusas que fui y sus roces pretéritos 
    que no envolvieron, no, respondo ahora, 
    las sombras, sino el tiempo 
    y su lento capullo de certeza. 
    Sí, rezuman agua 
    las ventanas de mis dedos. 

    • Ahora puedo decir: esto era 
      la mayor parte de la vida. Lamento 
      sin embargo, aunque no 
      con excesiva pena, 
      no haber tenido nunca un dormitorio, 
      aunque por otra parte, 
      qué podía yo hacer con tantos muebles 
      y con tanta madera arrebatada 

    • Hay un vacío en el que no se oyen las zapatillas. 
      Y otro más profundo: el que disuelve nuestras manos. 
      Y nuestro cuerpo. Y sólo flotan unos ojos 
      que no lo parecen. Aunque daría lo mismo 
      porque ya no pensamos con palabras 
      que todo lo confunden. 

    • Perdida en un café de esta ciudad de niebla 
      y de soslayo, oyendo una música vieja que no sé dónde 
      oí, respondo a esa canción, a ese olvidado 
      lugar, que no envolvieron, respondo, no, 
      que no envolvieron las sombras a la vida. Más diré 

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