El silencio, de Julia Uceda | Poema

    Poema en español
    El silencio

    Hay un vacío en el que no se oyen las zapatillas. 
    Y otro más profundo: el que disuelve nuestras manos. 
    Y nuestro cuerpo. Y sólo flotan unos ojos 
    que no lo parecen. Aunque daría lo mismo 
    porque ya no pensamos con palabras 
    que todo lo confunden. 
                             Además 
    ¿para qué edificar un templo de un grito? 
    Un grito que no suena en la expansión de las constelaciones. 
    Un grito que no oye el pastor de planetas. 
    Un grito que se llena, como un cubo, de huecos. 
    Un templo que visitan arenas y huracanes. 
    La boca ha gritado, 
    ¿de qué huerto ha venido? ¿En qué lejana flor 
    se hará otra vez silencio, 
    historia no aprendida 
    y vida sin pregunta? 
                             ¿En qué agua de otro tiempo 
    se pulió la mandíbula y su origen? 
    ¿En qué apagado sol 
    se removió su cero antes del cero? 
    Gritar: tan sólo un accidente, una arruga en el aire. 
                             Y un destrozo, 
    un harapo de algo; un desgarrón superfluo 
    desde el violento, desde el distraído 
    que empuja, pisa y habla alto. No grita. 
                             Alto, sólo, habla. 
    Se oye su voz pavorreal. 
    Y el grito se desenrosca desde su sima profunda: 
    un poquito de aire que, primero, 
    tropieza con la esquina del pulmón, 
    garganta arriba. Luego ulula, asalta 
    la pared que contiene su infinitud, 
    su triste desmesura, 
    arañando su cárcel, resuelto en templo, 
    ecos en frío crisopacio que se aleja, 
    en el tiempo, de la boca: su nido. 
    Y nada alrededor. La boca mueve 
    sus alas sin sonido, sin sentido, 
    entre el agua y el huerto, 
    entre hueso temprano y légamo futuro, 
    entre el cero y el cero. 
    Entre el cero y su carga. 

    • Ahora puedo decir: esto era 
      la mayor parte de la vida. Lamento 
      sin embargo, aunque no 
      con excesiva pena, 
      no haber tenido nunca un dormitorio, 
      aunque por otra parte, 
      qué podía yo hacer con tantos muebles 
      y con tanta madera arrebatada 

    • Perdida en un café de esta ciudad de niebla 
      y de soslayo, oyendo una música vieja que no sé dónde 
      oí, respondo a esa canción, a ese olvidado 
      lugar, que no envolvieron, respondo, no, 
      que no envolvieron las sombras a la vida. Más diré 

    • Hay un vacío en el que no se oyen las zapatillas. 
      Y otro más profundo: el que disuelve nuestras manos. 
      Y nuestro cuerpo. Y sólo flotan unos ojos 
      que no lo parecen. Aunque daría lo mismo 
      porque ya no pensamos con palabras 
      que todo lo confunden.