Escuela, de León Felipe | Poema

    Poema en español
    Escuela

    Oí tocar a los grandes violinistas del mundo, 
    a los grandes 'virtuosos'. 
    Y me quedé maravillado. 
    ¡Si yo tocase así!... ¡Como un 'Virtuoso'! 
    Pero yo no tenía 
    escuela 
    ni disciplina 
    ni método... 
    Y sin estas tres virtudes 
    no se puede ser 'Virtuoso'. 
    Me entristecí. 
    Y me fui por el mundo a llorar mi desdicha. 
    Una día oí... en un lugar... no sé cuál... 
    'Sólo el virtuoso puede ver un día la cara de Dios'. 
    Yo sé que la palabra 'Virtuoso' 
    tiene un significado equívoco, anfibológico, 
    pero, de una o de otra manera, pensé, 
    yo no seré nunca un 'Virtuoso'... 
    y me fui por el mundo a llorar mi desdicha. 

    Anduve... anduve... anduve... 
    descalzo muchas veces, 
    bajo la lluvia y sin albergue... 
    solitario. 
    Y también en el carro itinerario 
    más humilde de la farándula española. 
    Así recorrí España. 
    Vi entonces muchos cementerios, 
    y aprendí cómo se llora 
    en los distintos pueblos españoles. 
    Blasfemé. 
    Viví tres años en la cárcel… 
    no como prisionero político, 
    sino como delincuente vulgar... 
    Comí el rancho de castigo 
    con ladrones y grandes asesinos... 
    Crucé diversos países y continentes; 
    viajé en la bodega de los barcos, 
    les oí contar sus aventuras a los marineros 
    y su historia de hambre a los miserables emigrantes. 
    He dormido muchas noches, años, en el África Central, 
    allá, en el Golfo de Guinea, 
    en la desembocadura del Muni, 
    acordando el ritmo de mi sangre 
    con el golpe seco, monótono y tenaz 
    del tambor prehistórico africano 
    de tribus indomables. 
    He visto a un negro desnudo 
    recibir cien azotes con correas de plomo 
    por haber robado un viejo sombrero de copa 
    en la factoría del Holandés. 
    Vi parir a una mujer 
    y vi parir a una gata. 
    y parió mejor la gata; 
    vi morir a un asno 
    y vi morir a un capitán. 
    y el asno murió mejor que el capitán. 
    Y ese niño, 
    ¿por qué ha llorado toda la noche ese niño? 
    No es un niño, es un mono —me dijeron. 
    Y todos se rieron de mí. 
    Yo fui a comprobarlo 
    y era un mono pequeño en efecto, 
    pero lloraba igual que un niño, 
    más desgarrada, más dolorosamente que todos los niños 
    que yo había oído llorar en el mundo. 
    El Sargento me explicó: 
    —Anoche en el bosque matamos al padre y a la madre, 
    y nos trajimos al monito. 
    ¡Cómo lloraba el monito! 
    Estuve en una guerra sangrienta, 
    tal vez la más sangrienta de todas. 
    Viví en muchas ciudades bombardeadas, 
    caminé bajo bombas enemigas que me perseguían, 
    vi varios palacios derruidos, sepultando 
    entre sus escombros niños y mujeres inocentes. 
    Una noche conté cientos de cadáveres 
    buscando a un amigo muerto. 
    Viví en manicomios y hospitales. 
    Estuve en un leprosario 
    (junto al lago petrolífero y sofocante de Maracaibo), 
    me senté a la misma mesa que los leprosos. 
    Y un día me acordé del Cid 
    y les di la mano a todos, 
    sin guantelete, 
    no tenía otra cosa que darles. 
    He dormido sobre el estiércol de las cuadras, 
    en los bancos municipales 
    y he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos. 
    Y esta llaga que llevo aquí escondida 
    —desde mozo, hace 60 años—, 
    que sangra, que supura, no se cierra 
    y no puedo enseñarla por pudor. 
    No es herida gloriosa de guerra... 
    ¡Pero hay llagas redentoras! 

    Y una vez... alguien me llevó ciego 
    a un lugar de pesadilla.. . 
    de bicéfalos monstruos. 
    ¿Alguien?... 
    ¿o fue el veneno antiguo y poderoso de mi sangre 
    que está ahí, agazapado como un tigre, 
    se levanta a veces, deforma el Amor 
    y me deja sin defensa 
    en un mundo subyugante, satánico y angélico a la vez, 
    donde se pierde al fin la voluntad 
    y uno ya no puede decir quién quiere que venza, 
    si la luz o la sombra? 
    Sin embargo, 
    aquella vez vencieron y me salvaron los ángeles... 
    Pero yo no fui un soldado valiente. 
    ¡Oh el amor, el amor...! ¡Qué formas toma a veces! 
    ¿Por qué ha de ser así? 
    ¿Por qué este veneno de la sangre está ahí siempre, 
    agazapado como un tigre, y no se va, 
    y a veces se levanta, y lucha... 
    y, ¡ay!, puede más que los ángeles? 
    Volví a blasfemar. 
    Y otra vez, 
    desesperado, 
    quise escaparme por la puerta maldita y condenada 
    y mi ángel de la guarda me tomó por los hombros 
    y me dijo severo: no es hora todavía... 
    hay que esperar. 
    Y esperé. 
    Y sufrí, 
    y lloré otra vez. 
    He visto llorar a mucha gente en el mundo 
    y he aprendido a llorar por mi cuenta. 
    El traje de las lágrimas 
    le he encontrado siempre cortado a mi medida. 

    Viví en Norteamérica seis años, buscando a Whitman, 
    y no lo encontré. Nadie le conocía. 
    Hoy tampoco le conocen. 
    ¡Pobre Walt!, tu palabra 'Democracy' 
    la ha pisoteado el Ku-Klux-Klan. 
    y 'aquella guerra', ¡ay!, 
    la perdisteis los dos: 
    Lincoln y tú. 

    Llegué a México 
    montado en la cola de la Revolución. 
    Corría el año 23... 
    aquí planté mi choza, 
    aquí he vivido muchos años, 
    aquí he vivido, 
    he llorado, 
    he gritado, 
    he protestado 
    y me he llenado de asombro. 
    He presenciado monstruosidades y milagros: 
    aquí estaba cuando mataron a Trotsky 
    y cuando asesinaron a Villa, 
    cuando fusilaron a 40 generales juntos... 
    y aquí he visto a un indito, 
    a todo México 
    arrodillado llorando ante una flor. 

    He acompañado a la muerte muchas veces: 
    la vi a la cabecera de mi madre, 
    de mi compañera, 
    de amigos innumerables. 
    He sufrido y sufro el destierro... 
    Y soy hermano de todos los desterrados del mundo. 

    Tengo un amigo judío que estuvo en Auschwitz 
    y me ha enseñado las cicatrices del látigo alemán. 
    He estado en el infierno. 
    En un infierno 
    que Dante y Virgilio no soñaron siquiera. 
    Salí del infierno... y he rezado mucho después. 
    Me sepultaron vivo 
    y me escapé de la tumba. 
    He vivido largos años 
    y he llegado a la vejez 
    con un saco inmenso, 
    lleno de recuerdos, 
    de aventuras, 
    de cicatrices, 
    de úlceras incurables, 
    de dolores, 
    de lágrimas, 
    de cobardías y tragedias. 
    y ahora... de repente, 
    a los 80 años 
    me doy cuenta de que sé tocar muy bien el violín... 
    que soy un 'Virtuoso', 
    que puedo tocar en los grandes conciertos del mundo. 
    Me gusta haber llegado a la vejez 
    siendo un gran violinista... un 'Virtuoso'. 
    Pero... con esta definición 
    que oí cierta vez en un lugar... no sé cuál: 
    'Sólo el Virtuoso puede ver un día la cara de Dios'.

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