Yo no soy más que un hombre sin oficio y sin gremio,
No soy un constructor de cepos. ¿Soy yo un constructor
de cepos?
¿He dicho alguna vez: Clavad esas ventanas, poned
vidrios y pinchos en las cercas?
Yo he dicho solamente: No tengo podadera, ni tampoco
un reloj de precisión que marque exactamente los
rítmicos latidos del poema.
Pero sé la hora que es.
No es la hora de la flauta.
¿Piensa alguno que porque la trilita dispersó los orfeones
tendremos que llamar de nuevo a los flautistas?
No.
No es ésta ya la hora de la flauta.
Es la hora de andar, de salir de la cueva y andar...
de andar... de andar... de andar.
Yo soy un vagabundo,
yo no soy más que un vagabundo sin ciudad, sin decálogo
y sin tribu.
Y mi éxodo es ya viejo.
En mis ropas duerme el polvo de todos los caminos
y el sudor de muchas agonías.
Hay saín en la cinta de mi sombrero,
mi bastón se ha doblado
y en la suela de mis zapatos llevo sangre, llanto y tierra
de muchos cementerios.
Lo que sé me lo han enseñado
el Viento,
los gritos
y la sombra... ¡la sombra!