La poesía llega… ahí está, de León Felipe | Poema

    Poema en español
    La poesía llega… ahí está

    La Poesía llega como un gendarme a la casa del crimen. 
    Ahí está. Viene porque la he llamado yo. 

    Ya viene con su ademán desnudo, 
    con su mirada sin cortinas, 
    con su mirada sin eclipse... 
    con su mirada que no se esconde nunca bajo el toldo de los párpados 
    ni a la sombra de las pestañas... 
    Viene con su mirada abierta siempre. 

    La Poesía llega con su apostura fría, 
    cínica, 
    inmisericorde... 
    como un soldado terrible, 
    como un sayón, como un sargento encargado del cacheo y del desahucio, 
    como un oficial eclesiástico de la Inquisición, 
    como el escribano con su mazo de infolios donde se va 
    a escribir el inventario de todo lo que se esconde bajo el sótano, 
    como el confesor con su saco blindado donde se van a meter 
    los crímenes, 
    las herejías, 
    los ídolos falsos, 
    las lámparas votivas alimentadas con alquitrán. 

    La Poesía llega. 
    Viene porque la he llamado yo. 
    Viene a confesarme y registrarme. 

    Un hombre cualquiera puede ser el poeta: 
    el publicano que no sabe rezar... 
    también el publicano... 
    cualquier publicano..., el último publicano. 
    Porque también el corazón de los inconsiderados 
    entenderá la sabiduría... 
    y la lengua de los balbucientes 
    hablará clara y expedita. 
    Y el poeta es el hombre que llama a la poesía sin miedo. 

    Al gran sayón..., al viejo sayón inmisericorde, 
    y le dice cuando llega a su puerta: Entra, 
    Quiero saber dónde vivo. 
    ¡Hay tantas sombras, 
    tantas telarañas 
    y tantos fantasmas aquí dentro! 
    Entra. 
    Tú eres la Poesía... la Verdad y la Luz 
    ¿No es así? 
    La que abre las ventanas 
    y rompe los goznes de las puertas... 
    ¿No es así? 
    La que ahuyenta el trote de las ratas 
    y apaga el ruido espectral de la polilla en la madera. 
    ¿No es así? 
    La que barre cortezas caídas y los vidrios quebrados 
    que se amontonan en los rincones tenebrosos... 
    ¿No es así? 
    La que encuentra los grandes versos perdidos y los 
    grandes sueños que en la revuelta de las pesadillas 
    se escondieron entre las circunvoluciones del colchón... 
    ¿No es así? 
    La que encuentra también el cardiograma olvidado entre 
    los folios del viejo libro polvoriento, el cardiograma 
    donde se registran los golpes del fantasma apócrifo y 
    los del ángel del destino... 
    ¿No es así? 
    La que sabe dónde está la soga que una noche amarré 
    de la viga más recia... 
    ¿No es así? 
    La que viene a apretar y a exprimir la vejiga de las 
    lágrimas hasta la última gota de sangre y de leche... 
    ¿No es así? 
    La que viene a tapiar con ladrillos de fuego el cuarto 
    donde la lujuria y el sexo envenenado guardan los 
    negros sueños espantosos... 
    ¿No es así? 
    Tienes una llave, ¿verdad? 
    y una piqueta... y un hacha... 
    y una mecha encendida 
    y una escoba 
    y unos ojos sin párpados... 
    ¿No es así? 
    Tú eres... ¡tú eres! 
    A ti te he llamado. 
    No eres la hermosa doncella vestida de blanco 
    y con una ramita de laurel 
    para el bonete del juglar. 
    Eres dura, seca... y fea... fea 
    como la verdad para el criminal... para mi. 
    Yo soy un criminal... 
    un criminal... como cualquier hombre de la tierra, 
    un criminal... como cualquier ciudadano del mundo. 
    Soy el gran criminal vestido de hollín y de betún 
    que loco y fugitivo 
    recorre este planeta apagado y tenebroso. 
    Lo confesaré todo: 
    He asesinado a la Belleza 
    y he apuñalado a la Alegría... 
    He ahogado a la estrella 
    y he arrojado la lámpara al pantano. 
    ¡Mirad mis manos chorreando sombras! 
    ¡Mirad estas manos de carbón llenando de humo el aire 
    y apagando las últimas pupilas, 
    las luciérnagas, 
    los faros 
    y los astros. 

    ¡Sálvame!... Quiero la Luz 
    ¡Sálvame!... Quiero ver la luz... ¡Sálvame! 
    Te he llamado para que me salves. 
    Y te he llamado a ti... 
    no a la hermosa doncella vestida de blanco 
    con una ramita de laurel 
    para el bonete del juglar. 
    Te he llamado a ti... a ti... viejo sayón inmisericorde. 
    Y te he llamado para que luego de oírme 
    registres esta cueva, 
    abras las ventanas, 
    derribes las puertas, 
    barras las tinieblas, 
    quemes mis entrañas 
    y dejes entrar de nuevo en esta casa subterránea 
    en este cuerpo funeral... 
    la Alegría y la Belleza resurrectas, 
    como un río de luz sin presas y sin frenos.

    • Ahora camino de noche 
      porque las noches son claras... 
      Y esta noche no hubo luna, 
      no hubo luna amiga y blanca... 
      y había pocas estrellas, 
      pocas estrellas y pálidas... 

      Y era todo triste sin la luna amiga... 
      y era todo negro sin la luna blanca. 

    • Ser en la vida romero, 
      romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos. 
      Ser en la vida romero, 
      sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo. 
      Ser en la vida romero, romero..., sólo romero. 
      Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo, 

    • Y ahora pregunto aquí: 
      ¿quién es el último que habla, el sepulturero o el Poeta? 
      ¿He aprendido a decir: Belleza, Luz, Amor y Dios 
      para que me tapen la boca cuando muera, 
      con una paletada de tierra? 
      No. He venido y estoy aquí, 

    • Oí tocar a los grandes violinistas del mundo, 
      a los grandes 'virtuosos'. 
      Y me quedé maravillado. 
      ¡Si yo tocase así!... ¡Como un 'Virtuoso'! 
      Pero yo no tenía 
      escuela 
      ni disciplina 
      ni método... 
      Y sin estas tres virtudes 

    • No he venido a cantar 
      No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra. 
      No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente 
      para que me canonicen cuando muera. 
      He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar, 
      por el río