¡Vamos hacia el infierno!
El grito suena bien en el vientre de la cueva, 
el salmo bajo el mediodía de los templos 
y la canción en el crepúsculo... 
El grito es el primero. 
Hay un turno de voces: 
yo grito, 
tú rezas, 
él canta... 
El grito es el primero. 
Y hay un turno de bridas: 
él las lleva, 
tú las llevas, 
yo las llevo. 
Y a la hora de las sombras subterráneas 
la blasfemia reclama sus derechos. 
Los caballos piafan ya enganchados y la carroza aguarda... 
¿Quién la lleva? Yo: el blasfemo. 
Yo la llevo, yo llevo hoy la carroza, 
yo la llevo. 
Este es el poeta, 
tú eres el salmista, 
ése es el que llora,  
tú eres el que grita... 
yo soy el blasfemo. 
Yo la llevo. Yo llevo hoy la carroza, 
yo la llevo. 
¡Arriba! ¡Subid todos! 
¡Vamos hacia el infierno! 
La aijada tiene su ritmo, 
y la tralla, 
y el frito, 
y el aullido... 
y la blasfemia del cochero. 
¡Arre! ¡Arre! 
¡Músicos, 
poetas y salmistas; 
obispos y guerreros!... 
Voy a cantar. 
Vida mía, vida mía, 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
Vida mía, vida mía, 
tengo un ojo pitañoso 
y el otro con ictericia. 
Vida mía, vida mía, 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
Esta es mi copla, la copla de mi carne, 
la copla de mi cuerpo. 
Mas si mis ojos están sucios 
los vuestros están ciegos. 
¡Músicos, 
poetas y salmistas; 
obispos y guerreros!... 
Voy a cantar otra vez. 
El viejo rey de Castilla 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
El viejo rey de Castilla 
tiene una pierna leprosa 
y la otra sifilítica. 
El viejo rey de Castilla 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
Esta es la copla de mi tierra, 
la copla de mi reino. 
Mas si mi reino está podrido 
su espíritu es eterno. 
¡Músicos, 
poetas y salmistas; 
obispos y guerreros!... 
Llevadme de nuevo el compás. 
En los cuernos de la mitra 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
En los cuernos de la mitra 
hay una plegaria verde 
y otra plegaria amarilla. 
En los cuernos de la mitra 
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 
Esta es la copla de mi alma, 
de mi alma sin templo 
porque la bestia negra apocalíptica, 
lo ha llenado de estiércol. 
Tres veces cantó el gallo, 
tres veces negó Pedro, 
tres veces canto yo: 
por mi carne, 
por mi patria 
y por mi templo... 
Por todo lo que tuve 
y ya no tengo... 
Vamos bien, 
no hemos errado el sendero. 
Conjugad otra vez: 
este es el poeta, 
tú eres el salmista, 
ese es el que llora, 
tú eres el que grita. 
Yo soy el blasfemo... 
¿Y el sabio? ¿Donde está el sabio? ¡Eh, tú! 
Tú que sabes lo que pesan las piedras y lo que corre el viento... 
¿Cuál es la velocidad de las tinieblas y la dureza del silencio? 
¿No contestas?... Pues las bridas son mías. 
Yo la llevo, yo llevo hoy la carroza, 
yo la llevo. 
Músicos, sabios, 
poetas y salmistas, 
obispos y guerreros... 
Dejadme todavía preguntar: 
¿Quién ha roto la luna del espejo? 
¿Quién ha sido? 
¿La piedra de la huelga, 
la pistola del gangster, 
o el tapón del champaña que disparó el banquero? 
¿Quién ha sido? 
¿El canto rodado del poeta, 
el reculón del sabio, 
o el empujón del necio? 
¿Quién ha sido, 
la vara del juez, 
el báculo 
o el cetro? 
¿Quién ha sido? 
¿Nadie sabe quién ha sido? 
Pues las bridas son mías. ¡Adelante! 
¡Arre! ¡Arre!... ¡Vamos hacia el infierno! 
Y para hacer más corta la jornada 
ahora cantaremos en coro, y cantaremos las coplas del Gran Conserje Pedro. 
Yo llevaré la voz cantante y vosotros el estribillo 
con lúgubre ritmo de allegreto. 
(Copla)
Vino la guerra. 
Y para hacer obuses y torpedos 
los soldados iban recogiendo 
todos los hierros viejos de la ciudad. 
Y Pedro, el Gran Conserje Pedro, 
le dijo a un soldado: Tomad esto... 
Y le dio las llaves del templo. 
(Estribillo)
Pedro, Pedro... 
El Gran Conserje Pedro 
que ha vendido las llaves del templo. 
(Copla)
Pedro... 
Te dijo el Señor de los Olivos 
cuando heriste con tu espada al siervo: 
Mete esa espada en la vaina, 
que yo sé a lo que vengo. 
Y la metiste... con las cajas de caudales en el templo. 
(Estribillo)
Pedro, Pedro, 
el Gran Conserje Pedro, 
amigo de soldados y banqueros. 
(Copla)
Y ahora tenemos que ir al cielo 
dando un gran rodeo 
por el camino del infierno, 
cavando un largo túnel en el suelo 
y preguntando a las raíces y a los topos, 
por qué ya no hay campanas ni espadañas, Pedro, 
y los pájaros... todos tus pájaros se han muerto. 
(Estribillo)
¡Pedro, Pedro, 
todos tus pájaros se han muerto! 
Sin embargo, señores, yo no soy un escéptico 
y hay unas cuantas cosas en que creo. 
Por ejemplo, creo en el Sol, en el Diluvio y en el estiércol; 
en la blasfemia, en las lágrimas y en el infierno; 
en la guadaña y en el Viento; 
en el lagar, en la piedra redonda del amolador 
y en la piedra redonda del viejo molinero; 
y en el hacha que derriba los árboles 
y descuartiza los salmos y los versos; 
en la locura y en el sueño... 
y en el gas de la fiebre también creo, 
en ese gas ingrávido, expansivo y etéreo, 
antifilosófico, antidogmático y antidialéctico 
que revienta los globos... los grandes globos, los globitos 
y el cerebro. 
Y creo 
que hay luz en el rito, 
luz en el culto 
y luz en el misterio. 
Creo 
que el agua se hace vino, 
y sangre el vino, 
sangre de Dios y sangre de mi cuerpo. 
Creo 
que el trigo se hace harina 
y carne la harina... 
carne de Dios y carne de mi cuerpo. 
Creo 
que un hombre honrado 
cuando nos da su pan 
tiene el cuerpo de Cristo entre los dedos. 
Y creo 
que en el cáliz y en la hostia 
hoy no hay más que babas del Gran Conserje Pedro. 
Este es mi credo, 
y pronto será el vuestro. 
Ya lo iréis aprendiendo. 
Con él entraremos 
por la puerta norte y saldremos 
por el postigo del infierno. 
El infierno no es un fin, es un medio... 
(Nos salvaremos por el fuego). 
Y no es un fuego eterno. 
Pero es, como las lágrimas, un elevado precio 
que hay que pagarle a Dios, sin bulas ni descuentos, 
para entrar en el reino de la luz, 
en el reino de los hombres, en el reino de los héroes, 
en el reino 
que vosotros habéis llamado siempre el reino beatífico del cielo. 
¡Vamos allá! 
¿Estamos todos? Hagamos el último recuento: 
Este es el salmista, el que deshizo el salmo 
cuando dijo con ira y sin consejo: 
“Tú eres el Dios que venga mis agravios 
y sujeta debajo de mí, pueblos”. 
Y este es el poeta luciferino, 
el que inventó el poema 
esterilizado y antiséptico 
y guardó en autoclaves la canción, 
puritano, orgulloso y fariseo. 
¡Oh, puristas y estetas! 
Aún no está limpio vuestro verso 
y su última escoria ha de dejarla 
en los crisoles del infierno. 
Aquí van los artistas sodomitas, 
los pintores bizcos y los poetas inversos. 
(No lloréis. Pero no digáis tampoco 
que la Luz y el Amor se ven mejor torciendo 
la mirada 
y el sexo. 
Ni llanto ni ufanía. Vamos al gran taller, 
a la gran fragua donde se enderezan los entuertos). 
Aquél es el que grita, el hombre de la furia, 
y aquél otro el que llora, el hombre del lamento. 
Allá va el rey leproso y sifilítico, 
este es el bobo intrépido 
y este es el sabio tímido, 
cargado de tarjetas y de miedo: 
ni para decir e pur si mouve 
le ha quedado resuello. 
Aquí van el juez y el gangster 
los dos juntos en el mismo verso. 
Este es el Presidente demócrata y guerrero 
que desnudó la espada en el verano 
y debió desnudarla en el invierno. 
(¡Ay del que se armó tan sólo 
para defender su granero, 
y no se armó para defender 
el pan de todos primero! 
¡Ay, del que dice todavía: 
nos proponemos conservar lo nuestro!) 
Allí va el demagogo, 
aquél es el banquero, 
estos son los cristianos 
(Que ahora se llaman los “cristeros”) 
Y este es el hombre de la mitra, 
la bestia de dos cuernos, 
el que vendió las llaves... 
el Gran Conserje Pedro. 
............................
¡Aquí van todos! 
Y aquí voy yo con ellos. 
Aquí voy yo también, yo, el hombre de la tralla, 
el de los ojos sucios... el blasfemo. 
Sí 
ahora ya sin hogar y sin reino, 
sin canción y sin salmo, 
sin llaves y sin templo... 
yo la llevo, yo llevo hoy la carroza, 
yo la llevo. 
Se va del salmo al llanto, 
del llanto al grito, 
del grito al veneno... 
¡Arre! ¡Arre! 
¡Y se gana la luz desde el infierno!